domingo, 18 de marzo de 2012

Capítulo 29:Reunidos

La lluvia golpeaba con imponente tenacidad el cristal de la casa de Gozález, al tiempo que este embalaba sus últimas cosas.De pronto, su mano se deslizó sobre una de las fotos que había sobre la mesa de su despacho.


Su mujer.Desde que murió, González había intentado alejarse de aquel lugar cuanto le fuera posible.Pero habían pasado ya casi dos años, y cayó en el error de creer haberlo superado.Esas cosas nunca se superan, supuso.Agarró el marco y acercó la fotografía a un lugar luminoso donde pudiera contemplarla con más comodidad.Su mujer yacía tan hermosa como siempre, mostrando la misma sonrisa que la había acompañado durante absolutamente todos los momentos de su vida.Era así hasta tal punto que media hora antes de que el monitor que indicaba sus constantes vitales se apagase por última vez, seguía mostrándola.Gonález recuerda a la perfección aquel sonido, el sonido que apagó sus esperanzas, el último sonido que escuchó su mujer, el sonido que se antepuso al último "te quiero":Era un sonido atroz,  el frío y áspero sonido de una máquina, una puñalada sonora directa a lo más profundo de su malogrado corazón.Fue lo más parecido a un adiós que alcanzaron a decirse antes de que ella emprendiese "el último viaje".


Gonález recordaba a la perfección la fugaz conversación que mantuvo con un atrevido enfermero que se decidió a auxiliarle moralmente mientras su mundo se desmoronaba.Su mujer debía llevar ya un par de horas muerta, y el yacía junto a los pies de su camilla, diciéndole todas aquellas cosas que uno solo alcanza a decir una vez tiene la certeza de que nadie puede oírlas.


-¿Cree usted en dios?-Le interrumpió el enfermero


-Desgraciadamente, no.-Contestó González, quien no tenía muchas ganas de hablar


-¿No necesita creer usted en nada para levantarse cada mañana y encontrarle un sentido a su vida?


-El sentido está en la propia vida, me parece muy patético recrear seres imaginarios con el fin de justificar hechos reales.Eso se lo dejo a nuestros "amigos" americanos, a quienes parece encantarles hacer cruzadas.Pero comprenderá que hoy no es el día idóneo para mantener una conversación sobre si somos criaturas evolucionadas o simples peones en un ajedrez celestial.


-Saldrá de esta.-Contestó el enfermero


-¿Como dice?


-Digo que no se preocupe, saldrá de esta.Es usted un hombre racional, y si hasta ahora ha encontrado razones para seguir viviendo, volverá a encontrar otras muy pronto, se lo aseguro..


-Hojalá fuera tan fácil.Hace años que ella era mi única razón de ser.Ahora no sé que será de mi.No se preocupe, su conciencia estará tranquila, le aseguro que mi vida no depende de que usted me consuele o no.


-Está bien.¿Puedo hacer algo por usted? Llamelo como quiera, pero me siento extrañamente en deuda con usted.La conocía, manteníamos sendas charlas durante algo más de media hora todas las tardes.Ella le idolatraba.Estoy seguro que usted fue su último pensamiento.


-En realidad, si que puede.Desearía ver sus ojos azul turquesa por última vez.Quiero que su mirada permanezca para siempre ligada a mis recuerdos.Una vez más y no se me olvidarán jamás


-Me temo que no puede ser.Veré cuando alguien.... fallece, los globos oculares.... se giran y....


-Comprendo.Déjeme solo, por favor.Tan solo diez minutos más para poder despedirme.Antes me preguntó si creía en dios.Cada vez lo tengo menos claro.Hace media hora le habría dicho que no sin dudarlo, pero ahora que contemplo a mi mujer, tumbada en la camilla como siempre, con los ojos cerrados, parece que nada hubiese pasado.No alcanzo a comprender que una persona pueda "apagarse"tan repentinamente.La sigo sintiendo conmigo, sigo intentando no hacer ruido para intentar no despertarla.Pero esta vez no lo hará.La observo como siempre.Pero esta vez, hay una diferencia.Su sonrisa se ha apagado, supongo que es la señal de que ya no es ella.


Después, la nada, la más absoluta nada acompañada con desesperación y trágico llanto, un dolor tan áspero como real, que poco a poco fue carcomiéndole por dentro, hasta tal punto que decidió enterrar junto a su difunta esposa todo aquello que un día había significado algo  para él.Se aisló del mundo.


Hacía ya dos años que aquel cáncer de páncreas se la había arrebatado.Y desde aquel día, desde aquel 14 de julio de 2010, había decidido que era mejor vivir una vida vacía que una llena de dolor.Se limitó entonces a contemplar el paso de los días desde la ventana de su despacho, y antepuso el trabajo a todo lo demás, con el fin de no volver a pensar en ella.Pero ya no podía segur escondiéndose a sus miedos como un niño, debía regresar a la que un día fue su casa, aunque solo fuera por su mujer.Pero aquella foto que ahora tenía entre sus manos, donde podía observar a la perfección sus ojos azules, su pelo castaño cuidadosamente peinado cada maña y su siempre fiel sonrisa inocente, era demasiado.Al final, no pudo contener las lágrimas y comenzó llorar.Y mientras sollozaba  desesperado,  no pudo apreciar como aquella foto se resbalaba entre sus dedos antes de impactar contra el frío suelo.

La foto se rompió en mil pedazos, en concordancia con el corazón de su dueño.Esquirlas de cristal salieron disparadas en una y otra dirección, bajo la mirada desesperada de González, quien contemplaba con inquietud los restos de su pasado, el cual estaba reducido a una foto echa añicos sobre el polvoriento suelo de un piso vacío.Se dice que un hombre es tan solo su pasado.Y para González, su único pasado era su mujer, la cual había terminado sus días colapsada de morfina sobre una mugrienta cama de hospital.

Tras lavarse los restos de los últimos daños que, esperaba, su mujer podía propiciarle (unos pequeños cortes mínimamente profundos en su mano derecha), se sentó en el sillón y encendió la falsa chimenea.Por la ventana continuaba oyendo el voraz rumor del viento gallego, combinado con el impacto de miles de gotas de agua que descendían a gran velocidad por la atmósfera, para terminar impactando en el parabrisas de algún coche aparcado a la intemperie.Pero nada de eso importaba a González, quien continuaba escuchando como su mujer le susurraba con tan solo cerrar los ojos.Hasta podía notar su aliento, y como su piel se le erizaba cada vez que ella le miraba.Es curioso ver la capacidad de almacenaje que tiene el cerebro humano.Creemos haber olvidado algo hace tiempo, pero nada se olvida.Todo permanece guardado, almacenado en el subconsciente, a la espera de un momento en el ser recordados de nuevo, desestabilizando así al pobre hombre o mujer que en su día había bebido para olvidar, creyendo ingenuamente que podía ahogar sus penas.

Y precisamente eso hizo González.Sacó una botella de Wisky del mueble bar y le dio un trago rápido y profundo, procurando no pensar que aquella botella había sido un regalo de bodas, de una boda de la que ya no quedaba nada.


Permaneció allí sentado, mientras la lluvia no cesaba en su empeño de inundar las calles, y mientras el alcohol comenzaba a circular por sus venas, hasta que comprobó en su reloj que eran casi las tres.La simple idea de tener que dormir allí, con unas sábanas cuyo último uso se remontaba probablemente a cuando su mujer aún vivía, le resultaba tremendamente espantosa.


A decir verdad, no era esa la única razón por la que debía darse prisa.No había informado a nadie de su ausencia, por tanto había venido completamente solo, sin ningún tipo de escolta.Si en la base se daba la voz de alarma, más vale que estuviese verdaderamente herido o le caería un buen puro.Agarró las últimas cajas y echó un ultimo vistazo a su antiguo hogar, que aguardaba vacío y desnudo un nuevo amanecer que nunca llegaría.Oprimió la llave de la luz y acto seguido cerró la puerta."Cuando una puerta se cierra...."-Pensó, aliviando ligeramente sus angustiosos pensamientos.Llamó al ascensor e introdujo la llave en el botón que daba acceso al parking.Apoyó las cajas en el suelo y se relajó.


Cuando el ascensor se hubo detenido,las recogió y comenzó a caminar hacia su coche.
El parking era grande, debía contar con más de 200 plazas.La sensación de inmensidad se veía incrementada por el completo silencio que se imponía en la estancia.El silencio, no obstante, no era realmente absoluto, ya que se veía interrumpido por unos constantes pasos que se oían a lo lejos.


González se detuvo a mirar, pero no pudo alcanzar a ver nada.Siguió avanzando, bajo el agobiante sonido de aquellos constantes pasos fantasmas.Finalmente, al torcer una esquina, pudo relajarse al observar a un inocente vecino, a quien saludó aliviado.


Se dio la vuelta y prosiguió la búsqueda de su coche.Pero no pudo .Una punzada en la parte baja de su abdomen seguida de un frío brazo que le rodeó el cuello, le diezmó.El hombre que él había identificado como un vecino (aunque obviamente ahora sabía que no era tal) le sujetaba con determinación, inutilizando uno tras otro los pobres intentos de González por repeler el brazo que rodeaba su cuello para poder al fin respirar.


Ante la imposibilidad de deshacerse del hombre que le sujetaba, decidió cerrar los ojos y esperó el momento de su muerte.El momento de reunirse, al fin, con su difunta mujer.Posiblemente aquel hombre había echo más por él  en apenas un segundo que muchos amigos y familiares durante dos largos y angustiosos años.Había echo lo que nadie se atrevía a hacer por él, volviendo insignificante de golpe cualquier problema que pudiera tener.Conforme el dolor provocado por el puñal que yacía incrustado en su espalda disminuía y empezaba a escasear el oxígeno en su organismo, iba creciendo en su mente un extraño sentimiento de paz.En sus últimos momentos, incluso dedicó una inconsciente sonrisa a su agresor, quien estaba ocupado ya en prender fuego a su cadáver.Afortunadamente, González no sintió nada.Ahora estaba en un lugar mejor, junto a su mujer.

No hay comentarios:

Publicar un comentario