viernes, 14 de diciembre de 2012

Capítulo 2: Se acaba el tiempo


 Natasha se levantó entre terribles sudores, había tenido una pesadilla. Buscó nerviosamente el asilo en su marido, pero allí no encontró más que unas sábanas empapadas en sudor. Contempló el vaso de Vodka a medio beber y entonces supo que había acudido a otro incendio.

No le gustaba que Alexei hubiese decidido tomar ese trabajo. Ella quería vivir junto a sus padres, arando el campo, lejos del ajetreo de la ciudad. Pero no había podido disuadirle. Desde entonces, se despertaba cada mañana con la misma imagen horripilante de su hombre envuelto en llamas, clamándole a través de un cristal algo de agua con la que librarse de ellas. Y ella, contemplándolo impotente, incapaz de atravesar aquel grueso cristal. Afortunadamente, aquello tan solo era un sueño.

Aún algo trastocada por el sin embargo ya habitual sueño, se vistió y bajó a desayunar cada mañana junto a las mujeres del resto de bomberos, antes de desplazarse 50km para ir a labrar las tierras, también como cada mañana. Pero aquel día era diferente.

Al bajar a la segunda planta, en el cual se encontraba el comedor, pudo ver a las siete esposas reunidas en torno al televisor, algo ya de por sí poco común. Algunas callaban, otras sollozaban. Pero todas parecieron alterarse por la presencia de Natasha.

Ella observaba, confundida, paralizada. Finalmente Katrina, la mayor de las siete, de unos 32 años, se levantó de su asiento y la miró fijamente a los ojos.

-¡No! ¡No puede ser!- Exclamó Natasha al contemplar las lágrimas descendiendo por el rostro de la mujer. Sus peores presagios anunciaban desde hace años ese momento. Ahora maldecía por lo bajo su incredulidad al hacer caso omiso.

-Están en el hospital -afirmó Katrina- los médicos han dicho que sobrevivirán. Ahora mismo íbamos a ir a verlos.

Muchas preguntas se agolpaban en la mente de Natasha mientras recorrían a pie la calle principal de Prypiat con dirección al hospital, incentivadas en parte por la gran columna de humo cuyo origen sin embargo, no lograba definir. Al fin, al torcer la esquina, toda pregunta sobre la salud de su marido era ya irrisoria. Pudo contemplar como las llamas se alzaban metros por encima de la central de Chernóbyl. En ese momento se disiparon todas sus esperanzas.

Intentando mantenerse ocupada, prosiguió caminando en su ya absurdo interés de alzar el hospital. El resto de las mujeres la miraron. Natasha era la más joven. Apenas tenía 21 años, y la mayoría de ellas, habían asistido a su boda. En cierto modo se sentían responsables, y más ahora que su marido ya no estaba.

Al alcanzar el hospital, observaron como la multitud de agolpaba frente a este, en su mayoría mujeres y niños, crédulos, con el objetivo de llevarse a sus maridos e hijos de vuelta a su hogar. Pero ni tan siquiera les dejaban acceder.




Natasha comenzó a llorar, rogando a uno de los militares que custodiaban la entrada que le dejase acceder.

-Señora, este hospital está bajo mando militar ahora. Sería un gran riesgo para su vida acceder a él. -Le advirtió el soldado, quien también tenía cara de estar confuso, al tiempo que se valía de su brazo izquierdo para retrasarla lo más suavemente posible, impidiendo su entrada.

-Déjeme ver a mi marido. Déjeme morir con él, de ser necesario. Necesito decirle adiós.- Le rogó ella.

El joven soldado, pareció sufrir un ataque de reclamo materno al contemplar el desesperado rostro de la mujer. El había visto aquella expresión antes, encarnada en el llanto de su madre rogándole que no se alistase en el ejército. Por un momento, pensó en dejarla pasar.

Katrina, consciente de que aquel joven no detendría a la igualmente joven pero insistente Natasha, intervinó rodeándola con los brazos y apoyándole la cabeza contra su hombro, esperando que sus llantos apaciguasen la desesperación. Allí aguardaron horas, al igual que otras cincuenta mujeres desesperadas por saber la suerte que sus cónyuges habían sufrido. Al fin, las puertas del hospital se abrieron y tras estas salió un hombre con aspecto serio y con la manga derecha del traje antirradiación empapada en sangre, situado aún más lejos que los militares que le habían impedido el paso. Sin decir una palabra, comenzó a leer en voz alta una larga lista de nombres. A cada uno que decía, una mujer estallaba a llorar, al tiempo que el resto intentaba inútilmente consolarla. Pero no así ella, aguardó hasta el final por el apellido Vorobiov , el de su marido, pero este no apareció. La sonrisa esperanzada que por respeto intentaba ocultar mientras el hombre recorría las últimas líneas de la lista, se convirtió en la más absoluta soledad en cuanto este la terminó por completo, y tal como había comenzado, sin decir una sola palabra, regresó de nuevo a las entrañas del hospital.

Todas las mujeres se fueron llorando, incluidas aquellas que hasta entonces la habían apoyado. Ella se quedó sola junto a otra mujer, sentadas ambas sobre el bordillo de la acera, incapaces de articular una palabra. Ninguna sabía si la ausencia de su marido en aquella lista era buena o mala.

Allí aguardaron un par de horas más, hasta que calló la noche y el frío ucraniano se hizo ya insoportable. Para más ende, los últimos copos de nieve del tardío invierno se precipitaban ahora sobre sus hombros.

Incapaz de regresar a su ahora fría y solitaria cama, situada en una habitación plagada de fotos de ambos, señalando para la posteridad encuentros que muy posiblemente nunca se volverían a producir, decidió caminar sin rumbo fijo, con el único objetivo de liberar su mente de aquella pesada carga al tiempo que hacía frente al frio invernal de aquella noche de Abril.

Dirigió una última mirada a la otra mujer, quizá algo mayor que ella, quizá también envejecida por el rápido devenir de los hechos en un lapso de tiempo tan reducido. Se dirigió al bar, donde el señor Popanov permanecía atento detrás de la barra a los acontecimientos que la radio relataba. Sin embargo, nada más distinguir a la joven Natasha entrando en el bar, se apresuró a apagarla..




Pese a ser una vieja amiga, -habían estudiado juntos, y desde siempre habían tenido una estrecha relación de amistad, hasta tal punto que Alexei había llegado a sospechar de que le estuviese engañando con él- Popanov se sorprendió al ver su figura estilizada apoyarse exhausta sobre uno de los taburetes situados junto a la barra. Todo aquel que se dirigía al Popanov, lo hacía siendo consciente de que allí se violaba la rigurosa ley de bebidas espirituosas que aún se mantenía desde la época de Stalin, y normalmente con el objetivo de olvidar el pesado día a día de la ciudad, objetivo que no todos veían cumplido dado que Popanov poseía una lista negra donde situaba a la gente conocida pro su “facilidad de palabra” a la cual impedía beber más de la cuenta, por miedo a que delatase lo fraudulento de las prácticas de su bar. Ella no era una excepción.

Sin embargo, no dudó ni un momento del por qué de su visita, precisamente aquella noche. Ni tampoco preguntó nada, todo lo que necesitaba saber lo había oído ya en las noticias. Quizá incluso sabía más que ella.

Por empatía, o quizá por simple aburrimineto, Popanov decidió también romper la rutina y se decidió a acompañarle bebiendo en una noche que ambos sabían que sería muy larga.

Quizá ella no había ido hasta allí solo para beber. Quizá había visto en Popanov al hombre que su marido había querido señalar al cuestionarle sobre sus infidelidades, un hombre atento y generoso, un hombre que, quizá, molestaba tanto a Alexei por que le recordaba demasiado a si mismo. Quizá había acudido allí simplemente por los esfuerzos de su marido por señalarle como posible amante, buscando el cariño que muy posiblemente su marido no pudiese volver a darle.

Popanov era además su amigo más cercano, mucho más incluso que las maternizadas compañeras de bloque que se esforzaban en hacer placentero su quizás prematuro matrimonio.

-¿Un vodka?- Dijo Popanov, consciente de que ella nunca se atrevería a pedirlo.

-Un vodka nunca es un vodka. ¿Beberás conmigo? Hoy siento que no puedo hacer nada sola. -Respondió ella.

Capítulo 1: Todo había acabado


 Alexei se levantó de pronto tras percibir los agitados golpes provenientes de la puerta del dormitorio. Tras abrirla, pudo comprobar que al otro lado se postulaba Grigory Koslov, su jefe en aquella estación de bomberos. Aquello le tranquilizó, supuso que era hora de trabajar. Acostubrado por la similitud que aquello tenía con otras ocasiones, ni tan siquiera preguntó. Se giro y acudió a tomar un trago de Vodka antes de ir a trabajar, como un día más. Pero aquel no lo era. Quizá ya no hubiese más días.

-Es en la central- Exclamó Koslov, con un rostro palidecido que la rutina no permitió apreciar a Alexei.

De pronto, aún con el Vodka descendiendo por su laringe, se volvió de nuevo y le miró a los ojos. Ahora era en su rostro donde se reflejaba el horror. Pero no dijo una palabra. “Preparados para todo, por la patria” solían decirle durante su entrenamiento militar en Moscú.

Sin embargo si sintió sudores fríos, el aliento de la mismísima muerte susurrándole al oído que había llegado su hora. Miró a su joven mujer, que dormitaba inocente. Quiso despertarla, le aterraba no poder despedirse. Pero Koslov le disuadió, tenían prisa.

Ni tan siquiera tuvieron tiempo de hacerse con los trajes de lona. Descendieron raudos las escaleras, junto a otros ocho hombres asustados y confusos que conformaban el cuerpo de bomberos de Pripyat, Una vez llegaron a la planta baja, donde se encontraban los camiones, todos se miraron durante un instante. Nadie supo qué decir. Aunque nadie se atreviese a admitirlo, todos tenían muy claro que habían dicho su último adiós a su mujer e hijos. Menos Alexei. Él ni tan siquiera había podido. O quizá hubiese sido demasiado cobarde para ello.

Confusos, tomaron con sigo el equipo habitual, con hachas, cascos y mangueras, pese a que sabían que todos aquellos rutinarios elementos eran como querer detener una ventisca con una pequeña fogata.

Recorrieron en total silencio los poco más 20km que separaban el viejo bloque reservado para los bomberos del reactor 4. Sentados en la oscura parte de atrás de aquel camión de bomberos, el ambiente era infinitamente más frío y plomizo que en otras ocasiones. Ya nadie mandaba comprobar la bomba de agua. Nadie deseaba suerte. Simplemente aguardaban en silencio la llamada de la muerte. Uno de los más jóvenes estalló a llorar, nadie le consoló. En el fondo, todos estaban tan desolados como él.

Nada más llegar, el hasta entonces agitado pulso de Alexei se detuvo por completo. Una columna de humo y llamas se alzaba hasta donde la vista alcanzaba a vislumbrar, y el hollín cubría por completo el reactor 4.

Pero no estaban solos. Junto a los bomberos y militares, se postulaban también cientos de voluntarios de la zona que heroicamente se había decidido a entregar sus vidas por frenar ínfimamente el alcance de aquella catástrofe.



El punto irónico lo ponían aquellos que habían sido obligados a realizar aquel sacrificio satánico popular, por haber sido encarcelados con motivo a las diversas manifestaciones violentas con el fin de disuadir a los dirigentes comunistas al querer construir diez años atrás la central a tan solo 30Km de Kiev. El tiempo les había dado la razón, pero desgraciadamente no la libertad.

Comenzaron lentamente a caminar hacia el reactor. A medida que avanzaban, sentían como se les iba desgarrando la piel. Se abstenían de mirarse brazos y piernas, algo no demasiado difícil debido a la densa cortina de humo que no permitía ver más allá de 20 centímetros. Se sentían como judíos en una cámara de gas, impotentes, asfixiados. A algunos les movía el honor, otros caían al suelo y eran consumidos por las llamas. El dolor fue haciéndose cada vez más insoportable, ahora ni tan siquiera necesitaba verlo para cerciorarse de lo poco que quedaba ya de sus mutiladas pieles. Sacaban con las manos el granito ardiendo a más de 2.000 grados. Intentaban gritar, pero no quedaba apenas ya oxígeno en sus pulmones.

Alexei contemplaba el inquieto reflejo de su mujer en las llamas que se situaban a su alrededor. En más de una ocasión pensó en huir, pero el honrar a su país ejercía sobre él un efecto magnético. Así le habían educado.

Las precarias máscaras comenzaban a ceder y el ardiente rastro de granito y cenizas comenzaba a introducirse en sus pulmones. Levantó la mirada en lo que creyó una toma del último recuerdo, y no vio a nadie a su alrededor. Quizá se hubiese perdido. O quizá fuese ya el último vivo.

Prosiguió el camino, notando como la sangre comenzaba a estancarse en sus tobillos ralentizando aún más su dolorido paso. Caminaba sobre sus pies descalzos, rodeados por los restos de unos chamuscados zapados de caucho, al tiempo que sus lágrimas comenzaban a mezclarse con el hollín que impregnaba su piel.

Cada vez andaba más lento. Cada vez estaba más desorientado. Al fin, dirigió una última mirada hacia el cielo y se dejó caer sobre el ardiente suelo. Asfixiándose, decidió arrancarse la mascarilla para que sus pulmones pudiesen recibir un último golpe de aire en su despedida. Puso los brazos en cruz y cerró los ojos . Todo había acabado.

miércoles, 18 de julio de 2012

Capítulo 41: Que hace una chica como tú


Sara comenzó a escribir, impulsada por la musa de la literatura. Escribía algo. Algo indeterminado, frases al azar, lugares en los que nunca estaría. Era algo de eso no había duda, aunque aún no pudiese distinguirse el que. Sus dedos se deslizaban sobre el teclado al ritmo del halo de vida que el propio texto irradiaba.

La visión podía resultar un poco estrambótica. Ella, con los ojos iluminados ante la pantalla de su portátil, tecleando con admirable rapidez todo aquello que la musa le susurraba. Él, recostado sobre la barra a medio metro de distancia, maldiciendo por lo bajo todo aquello que pudiese haber influido mínimamente en su desdichado presente. No hablaban, pero de vez en cuando se dirigían mutuamente indiscretas miradas que lo decían todo. "No pintas nada aquí" podía leerse en ambas. Entonces comenzó a sonar "que hace una chica como tú". Ella emitió una carcajada. Él, normalmente racional y lógico, lo interpretó como una señal.

-Sinceramente, no es usted el tipo de mujer que esperaba ver por aquí- Se decidió, al fin, a decirle.

-Gracias, supongo. Tú tampoco vienes demasiado.

-¿Ah no? ¿como lo sabe?- Preguntó él, extrañamente relajado.

-Los ojos. Son el espejo del alma, ¿Sabe?

-¿Si? ¿y que ves en los mios?- Respondió, juguetón.

-A un hombre que ha perdido el norte. Mire su dedo -dijo mientras acariciaba cuidadosamente su mano- aún puede notarse la marca de su anillo. Una relación larga que, por lo visto, no salió bien. ¿Que fue lo que os pasó?. Pareces el típico hombre engañado, pero... no, no es eso lo que te ha traído por aquí. Quizá incluso ya lo intuía, y sin embargo, no le importó. Pero debió pasar algo....

-No está mal, para un caso tan excepcional como el mio.

-¿Que tiene de excepcional?

- Desde hace seis meses mi mujer se ve con un ucraniano, Victor, creo que se llama.  Discutimos y se marchó. Estaba convencido de que se habría ido a Ucrania con él, pero no era así. Decidí volver, pero fui víctima de un gas que posiblemente usted ni siquiera conozca. Ras regresar a España, ella me condujo hasta una especie de gasolinera, donde dos hombres esperaban para darme una paliza. Conseguí huir de allí, dejando a mi mujer tirada en el suelo y con la duda de si me quería. De eso hace una semana.

-Parece muy interesante, tu vida...

- Julián. Bebo para olvidar, supongo que eso habla por si sólo.

-Brindo por eso. No te preocupes, todos tenemos algo que ocultar, un secreto inconfesable.

-¿Cual es el suyo...?

-Sara, Sara Fernández.  Acaban de diagnosticarme cáncer de pulmón. La quimioterapia no está respondiendo y van a tener que operar. Escribo para dejar mi huella si....si algo saliese mal. Pero dime, ¿quien eres?- Dijo ella bruscamente, intentado cambiar de tema para evitar deshacerse en sollozos delante de aquel hombre.

-Lo cierto es que es una muy larga historia- Respondió él.

.-Todas lo son. He oído muchas historias. A menudo comienzan con "fue un error" o "estaba borracho"

- Esta comienza con un arma apuntándome a la cabeza.

-¿Y tiene un final feliz?- Preguntó ella, ingenua.

-El final aún no está escrito, pero algo me dice que todo ha de acabar como empieza. Morimos como nacemos, desnudos y solos.

-¿Pero no temes a la muerte?- Preguntó Sara, más pendiente de su fatídico problema que de los ataques de nostalgia de su compañero de madrugada.

-¿La muerte? me ha visitado tantas meses este mes que creo que cuando falte la añoraré- Dijo Julián, haciendo gala de un fatídico humor negro que, sin embargo, tuvo un efecto esperanzador sobre Sara- A fin de cuentas, tan solo es la suerte con una letra cambiada.

Ella sonrió de nuevo, aquel hombre comenzaba a desviar su atención. Apenas se percató de que su ordenador se quedaba sin batería. En aquel momento la interconexión de sus neuronas les aislaban del resto del mundo. Junto a él se sentía en el lugar que llevaba meses buscando, hasta desistir exhausta.  Allí donde no necesitaba quimioterapias ni operaciones. Allí donde su mente volaba sin los lastres del pasado. Eran completos desconocidos, y al mismo tiempo, tenían la sensación de haber perdido una ya inconcebible vida separados.

-¿A,si? ¿A que te dedicas, "Rambo"? 

-Podría decirse que soy... policía.

-"Podría decirse". Con lo cual, no lo eres.- Apuntó ella

-Algún día le fui. Inspector de policía de la provincia de la Coruña.

-Parece ser un buen puesto... uno de esos que no se dejan escapar fácilmente- Dijo ella ,con ánimo pero sin convicción de que querer saber más cosas sobre él.

-Conocí una vida mejor, más bien, me reencontré con ella. 

-Y  en esa vida no entraba su mujer, ¿no es así?- Se aventuró Sara

-Efectivamente, a veces en la vida hay que dar giros bruscos para que la corriente no te arrastre hasta las rocas.

-Brindo por eso- Respondió Sara, cuya sonrisa era ya indisimulable

Levantaron las copas, y con ello, las miradas, que rompieron de pronto el vínculo  que entre ambas se había establecido y les permitió cerciorarse de que el bar estaba ya vacío. Se introdujeron la copa en la boca. Él se dijo, citando a Sabina, "cuidado chaval, te estás enamorando·. Ella rió de nuevo. Podía ser alcohol, pero él lo relacionó con una droga mucho más peligrosa: El amor

La miró de nuevo. Debía tener unos cinco años menos que él. Morena, lucía un largo pelo negro y suaves manos, ojos oscuros y una boca cuyos labios más que "te quiero" parecían decir "hazme tuya" . La joya de la corona, custodiada por dos largas y esbeltas piernas rematadas en unos sonados tacones color azul oscuro.

Y antes de darse cuenta, mientras su mente continuaba perdida por los oscuros recónditos de su cuerpo, encontróse conduciendo hacia su casa, con ella a su lado, recostada exageradamente en el asiento.

Cuando llegaron, maldijo por lo bajo la ceguera de cupido, al tiempo que le desabrochaba con la boca el sujetador.

Comenzó a recorrer cada ápice de su cuerpo, introduciéndose en cada oscuro lugar que colaboraba a hacer de su dueña una atrayente y exitosa mujer.

Tiempo después, fue la boca quien recalcó los senderos que los dedos habían abierto con pasión minutos antes, descendiendo por las caderas hasta situarse en la negrura de sus piernas. La saliva se mezcla, el sudor fluye libremente por sus cuerpos. Gritos desgarradores invaden la sala, mientras sus mentes comunican todo aquello que ni una mirada soportó.

Y después, sólo silencio

lunes, 16 de julio de 2012

Capítulo 40: Él ya no estaba allí

Una semana después



El hombre caminaba agitadamente por los pasillos del hospital. Todavía podía oírse al fondo del pasillo el sórdido y continuo pitido de la máquina de constantes vitales. El sudor corría a chorros por sus mejillas, al tiempo que el corazón comenzaba a incrementar desorbitadamente su ritmo. A cada persona que pasaba por su lado, le dedicaba una mirada indiscreta, mientras se apretaba las manos para no salir corriendo. Él no era un asesino. Al menos, antes de aquel día. Pero ahora las cosas eran bien distintas.


Aguantó el sollozo hasta el instante en el que atravesó la última puerta del hospital. Rápidamente, rebuscó en su bolsillo el paquete de cigarros. Una vez lo hubo cogido, aguardó mientras le dirigía una profunda mirada. Algo resignado, sin saber como apaciguar los nervios, comenzó a andar calle abajo, al tiempo que encendía un cigarrillo. Se lo puso entre los labios, pero fue incapaz de darle una calada. En cualquier otro momento habría sido verdadera medicina. Pero no ahora. Tiró el cigarrillo al suelo, y tras echar un instante la vista atrás prosiguió andando.


No quería serlo, habían sido aquellos cabrones quienes le habían forzado. Y todo por su familia, ya no sabía que más hacer. El dinero era muy prometedor, sobretodo en una crisis como la que estaban viviendo. Se disculpó, sabía que ver a sus hijos rebuscando en la basura del supermercado había sido ya bastante excusa para delinquir. Era por ellos. No quería un coche nuevo, ni una casa. Quería comer. 


Hacía tres meses que le habían despedido, y desde entonces, las cosas habían ido a peor. Les habían desahuciado por impago, habían tenido que rebuscar como ratas en los cubos de la basura, y ahora él, pese a haber estudiado arquitectura, estaba al borde de la cárcel. Por que le pillarían. ¿Como había podido ser tan sumamente estúpido?. Ahora las cartas estaban echadas. 


Afortunadamente, una cosa jugaba a su favor. Los alertantemente confiados hombres le habían pagado por adelantado, con lo que ya tenía el dinero en su bolsillo. Y un montón de información comprometedora, de los tres meses que estuvo trabajando para ellos sin imaginarse que "el golpe final" sería un asesinato. 


Se dirigió al humilde albergue donde habían sido acogidos. Cogió un trozo de papel, y comenzó a escribirle una nota a su mujer.  Firmó con lágrimas, era imposible ya retenerlas. La carta finalizó con un "lo siento". Dejó el dinero oculto bajo la nota, y salió antes de que nadie pudiese verle. Ahora tenía claro lo que quería hacer. Se percató de que aún tuviese en el bolsillo la pistola. Ahí estaba, junto a los documentos. Echó a andar hacia el centro de la ciudad. A su alrededor, cientos de personas se movía ajetreadamente. No así él, puesto que tenía claro que poco podía ya hacer. Con una tranquilidad asombrosa recorrió las céntricas calles de A coruña. Pasó su mano por las paredes, despidiéndose de aquel lugar. Fuera como fuese, no lo volvería a ver. 


Evitaba pensar en su familia, no obstante, era imposible evitar que de vez en cuando una lágrima surcase su cara. Apenas se molestaba en secárselas, él ya no estaba allí. Cuando el fin es cuestión de tiempo, pierdes la percepción de ti mismo como persona. En aquel momento él andaba por inercia, caminando sórdido por los suelos de concreto, rumbo a su destino final.


Alcanzó la iglesia pasadas las tres. Era un hombre devoto, sabía que debía arreglar ciertos trámites antes de.... despedirse. Aún no había recapacitado sobre lo que aquello suponía. Pero debía hacerlo. No podía seguir sufriendo de tal manera. Había echo por otros lo necesario, ahora podía hacer algo por él, aunque fuese de manera tan trágica.  Atravesó el portal de la iglesia con aires de arrepentimiento. Se dirigió a una de las cabinas.


-Perdóname señor he pecado.-Dijo él
- Todos lo hacemos. Es difícil seguir la rectitud de la fe. Dígame, ¿en qué a pecado?
-He matado a una mujer, en el hospital. Lo he echo por dinero, lo necesito... es para mi familia - prosiguió tras secarse las lágrimas.
-Eso es pecado mayor, no puede solucionarse con un rezo. El señor no mata.
- Usted mismo ha dicho, todos pecamos. ¿No crucificaron a caso los romanos al señor Jesucristo?
- Pero no todos tenemos su fortaleza. Deberás conseguir el perdón de su familia para ascender limpio al cielo. 
-Gracias padre. Pero eso no podrá ser.


Se levantó sin darle tiempo a que contestase. Salió de la iglesia, y aún en la pequeña plaza donde esta estaba situada, se arrodilló. Sacó tembloroso la foto de su familia del bolsillo, y la contempló, pasando el dedo sobre cada uno de sus rostros. Estalló a llorar, sabía que el momento se acercaba. Sacó la pistola y se cercioró de que nadie se hubiese alertado. Se introdujo el cañón en la boca y apretó el gatillo. Por un instante, mientras la bala atravesaba uno por uno los tejidos de su garganta. se arrepintió. Pero ya era tarde.


El eco del disparo resonó sobre el ruido de los coches en todo el centro de la ciudad. La gente dejó de caminar agitadamente, ahora se agolpaban para contemplar aún con desdeña a un "fracasado" como muchos le llamaron. Ropas delineadas y un rostro repleto de ojeras. El cura no se sorprendió al escuchar el disparo. Sabía quien era y que, tarde o temprano, escogería el camino fácil. Le había dedicado multitud de rezos, pero eso no bastaba para hacerle encontrar el camino. "Al menos ya no está perdido" se dijo.


Comenzaron a oírse sirenas de la policía. Alguien los había alertado cuando el hombre aún estaba vivo. Pero habían llegado tarde. Aparcaron el coche junto al bullicio, y se abrieron paso entre la multitud hasta situarse junto al cadáver. El policía puso de cuclillas sobre el cadáver. Cubrióse la mano con un guante, y recogió la foto de su familia: estaba empapada en sangre. 


Otra muerte que no saldría en las noticias, sepultada por el último triunfo del Barcelona o un nuevo caso de corrupción. Así es la vida. A veces vamos demasiado rápido para pararnos a pensar en los resquicios de la humanidad. 


El policía introdujo su mano en el bolsillo de la chaqueta empapada en sangre. Sacó de esta los papeles que le habían costado la vida a aquel pobre hombre. Los leyó por encima y supo que debía quedarse aquellos informes. Se abstuvo de entregarlo en el cuartel. Si lo que ponía en aquellas hojas era cierto, comunicárselo a sus superiores sólo le traería problemas.

viernes, 6 de julio de 2012

Capítulo 39: No es tarde


Se despertó en medio de potentes redobles de tambor, nacidos de su propia indiferencia. Resaca, si abandonamos el tono poético. Avalanzóse sobre el reloj. Eran más de las 11 y media. Apenas faltaba media hora para que su marido acudiese a su propio entierro. Lo menos que podía hacer, era acompañarle a las puertas del cielo para desearle suerte. Se vistió tras ducharse, y descendió por las escaleras de caracol, uno de los escasos toques de "lujo" con los que contaba aquel cuchitril. Sentóse en una de las últimas mesas, sorprendiéndose  al contemplar la figura de un camarero que fregaba un vaso apoyado en la barra.  Tras sus pasos, por la misma puerta por la que ella acababa de acceder a la cafetería, aparecieron aquel par de hombres, que parecieron abandonar su acalorada conversación al ver a la chica.

-¿Y bien?- Le preguntó uno de los hombres, de mala gana.

-Tengan paciencia, seguro que viene- Le con testó ella.

-¡Precisamente lo que nos falta es tiempo,joder!- Intervino el otro hombre, harto de la incapacidad que estaba demostrando su compañero en los últimos días a la hora de intimidar a la mujer.

-¡No puedo hacer nada más!- replicó ella- le he pedido que esté aquí a las doce y estará. Esperen, solo les pido eso.

-Está bien. Pero más vale que no nos haga perder el tiempo, o esta vez no seremos tan permisivos- Respondió el segundo hombre, dejando entrever el cañón de su arma.

Los siguientes minutos contaron con un ambiente fácilmente rasgable por la hoja de un cuchillo. El reloj se negaba a acelerar su pausado pulso, y marcaba impasible, no solo resignándose a acelerarse si no también a detenerse por completo. Al fin, un coche igual al suyo de detuvo ante la puerta del establecimiento. Los hombres, cerraron las cortinas y se apresuraron a sentarse en la mesa situada junto a la salida del local, esperando la señal para intervenir.

Abrióse la puerta y en la cara del hombre que apareció tras ella pudo leerse la palabra resentimiento en cada ojera. Se le heló la sangre cuando se quedó mirando durante un instante que pareció interminable a los dos hombres que custodiaban la puerta. ´Por un momento creyó que él, echando mano de su olfato policíaco, había desmantelado la trama con una simple mirada. No estaba segura de si aquello hubiese sido bueno, pero el echo es que finalmente ni tan siquiera él logro sostener la vista ante aquel ogro de casi dos metros, vestido con un traje gris que le venía como un guante y con un ojo bizco.

Más eterno aún fue el esperado cruce de miradas entre ambos, alimentado por el echo de que quizá fuese la última vez. El mostró cara de arrepentimiento. Ella una sonriso frívola.  Pese a que nadie se atreviese a admitirlo, quizás aquello fuese amor no correspondido. Sin embargo, en las caras de ambos podía verse la alegría, aunque los motivos fuesen bien distintos, casi contradictorios. 

Sin poder desviar la mirada de sus hipnóticos ojos azules, quizá intentando aferrarse al último halo de amor que pudiese subsistir entre ambos, se limitó a mostrar una leve sonrisa que ni él mismo sabía que intentaba comunicar. Ella le extendió sus manos, negándose también a apartar sus miradas. Sus dedos se entrelazaron y comenzaron a hablar. 

Todo es bonito cuando no hay nada que decir. Quizá por ello nadie dijo nada, pese a que cinco minutos antes ambos tenían pensado unas cuantas cosas que debían decir antes de despedirse. En el discurso de Ana, quizá figuraba Víctor. En el de Julián, quizá su pasado en los GRAPO. Pero nadie se atrevió a tirar la primera piedra. ¿Que tal has dormido? preguntó al fin Ana. Una frase tan inocente, que sin embargo, desencadenó la hecatombe. Por que allá donde sus miradas no llegaban a entenderse, el amor se convertía en puro despecho. Arde Roma mientras Nerón toca la lira. 

Lo que había tardado diez minutos en iniciarse, acabó en tan solo un par. Ana se puso de rodillas ante su marido y comenzó a llorar. "Hazlo por mi". Julián intentó decirle algo, más le fue imposible. Consciente era ya de que cada vez que abría la boca, solo estupideces tenían cabida en sus incomprendidas cuerdas vocales. Limitóse a sacar un cigarrillo del paquete para reprimir su llanto. Acto seguido dio media vuelta y procedió a abandonar el local. Pero los dos hombres le interceptaron a la salida.

Ana lloraba, ahora ya sin reprimirse lo más mínimo. El camarero había huido cocina a dentro tras observar justo a tiempo la 9mm que uno de los hombres portaba en el bolsillo interior de su chaqueta. Julián, por su parte, aguardaba inmovil con el alma en un puño, mirando fijamente un punto indeterminado entre el arma y la cara de aquel hombre, sin atreverse a dirigir la vista hacia ninguna de las dos cosas, temiendo absurdamente que la pistola se disparase al percibir la pérdida de su atención.

En ese momento, todo se volvió confuso para él. Las últimas palabras que llegó a escuchar con claridad fueron "Jaque Mate". La última imagen, la de su mujer abalanzándose aún con lágrimas sobre las genuinas mejillas sobre el capturador armado. A partir de ese momento, desde el instante en el que el aquel asesino se ayudaba de su potente brazo izquierdo para repeler los ataques de la joven, la cual calló al suelo tras impactar con el cráneo contra la esquina de la barra, la adrenalina alcanzaba límites realmente insospechados y la memoria se vuelve borrosa.


Tras derrumbarse, le miró. Una nueva comunicación. Y esta vez podía jurar que no era alcohol "Uno de los dos debía morir. He sido yo" le decían sus ojos. Él aprovecho ese instante de confusión para echar a correr hacia el almacén. Ella comenzó a perder la vista. Estaba mareada y no logró mantenerse en pie. Se resignó a intentarlo de nuevo, e impulsada por los potentes mareos, dejóse caer lentamente sobre el frío suelo empapado de su sangre. Cerró los ojos y notó como su respiración se hacía más agitada. Aún llegó a oír como un rumor lejano el primero de los disparos que se efectuaron en aquel almacén. Pero ella ya había echo todo lo que podía por enmendar su error. Era tarde ya para represalias. Todos habían mostrado ya sus cartas, era la hora de la verdad.

Acto seguido, cayó en coma. Su cuerpo fue azotado por convulsiones durante algunos segundos. Pero logró estabilizarse, aferrándose al halo de vida que aún irradiaba incomprensiblemente su cuerpo.
 .

lunes, 2 de julio de 2012

Capítulo 38:Amor odio y alcohol

4 días después.


Ana manoseaba intranquila el teclado de su teléfono móvil. En la pantalla, la palabra "enviar" resaltada de un color fosforito, refiriéndose al mensaje que acababa de escribirle a su marido. Sabía que aquello que estaba apunto de hacer conllevaría su muerte. Pero si él no moría, sería ella el premio de consolación. Además, tras el puñetazo que le había destrozado el labio, en su corazón no era precisamente amor lo que latía en relación a Julián en aquel momento.


Por un instante, vaciló. La herida del labio no ardía tanto como su alma, salpicada por un cúmulo de sentimientos contradictorios que sin embargo, conseguían alinearse, causando sobre ella un efecto desolador.


Pero era la última llamada. El tren de la vida partía ya hacia el siguiente andén, y uno de los dos debía quedarse fuera.. Miró de nuevo por la ventana de aquel hotel que carretera, como esperando ver a lo lejos un milagro, algo que cortase su cautiverio consentido. Pero no había nada.


En aquel tramo de la AP9 el tiempo parecía correr más lento que en el resto del mudo hasta casi detenerse en medio de una ventisca de recuerdos traídos de los años 70, que hallaban fuerzas en la acorde decoración de aquel mugriento motel. Hasta las múltiples arañas que se guarecían en las esquinas del establecimiento parecían sentir como el tiempo se ralentizaba, puesto que habían claudicado en sus quehaceres. Nada se movía, las telarañas aguardaban inertes la llegada de nuevas moscas que hicieran valer su esfuerzo. El sol continuaba su lento descenso hacia los más santos lugares. La constante estática de la televisión fortalecía considerablemente la sensación de hermetismo. La hora del teléfono avanzaba minuto a minuto, y con ella, la barra que indicaba la batería restante de su teléfono disminuía a un ritmo constante, cerrando cada vez más el yugo que amenazaba con asfixiarla si no enviaba aquel mensaje.


Por un segundo, mientras ambos miraban como la luna se alzaba en el horizonte, se sintieron conectados. Él,  semiinconsciente sobre la barra de un bar cargando contra todo aquello que condicionaba su vida , negándose a aceptar la derrota emocional que acarrearía consigo el olvido. Ella, preguntándole a la luna por qué sus miradas se cruzaron entre tanta gente, entra tantas vidas y sueños. Miles de posibles futuros surcaron el cielo aquella noche, y ella tenía la impresión de haber cogido el peor de todos. Apenas les separaban una treintena de kilómetros, pero desgraciadamente, sus pensamientos se hallaban mucho más dispares.


Continuó deslizando su pulgar sobre la superficie del botón de envío, el cual comenzaba a desgastarse bajo la continua fricción que el dedo ejercía contra la tecla. Al fin, se decidió a hacerlo. Le dio un último trago a la botella de Vodka, y sintió como la conexión entre ambos incomprendidos aumentaba. O quizá era sólo alcohol en cuerpos necios. Una vez oprimido el botón, el mensaje vaciló antes de abandonar la pantalla, como requiriendo una segunda oportunidad, exigiendo una más que merecida profunda reflexión sobre sus actos. Pudo ser despecho, pudo ser alcohol. Pero el echo es que esa segunda reflexión no le condujo al arrepentimiento, si no a la tranquilidad.


Realmente daba igual. El amor, el odio y el alcohol son conceptos demasiado cercanos como para reflexionar que actos son fruto de cada uno. Simplemente, las cosas suceden. Y esa espontaneidad con la que la vida se desarrolla nos plantea preguntas, más bien pruebas. "¿Que habría pasado sí?" es una cuestión imposible de evitar y no menos difícil de contestar para el ser humano.




¿Que habría pasado sí nunca se hubiese casado? ¿Y si no hubiese conocido a Víctor en aquel viaje a Ucrania? Quizá todo sería distinto cambiando incluso pequeños actos que en su día parecieron efímeros. La inocente mariposa que bate las alas en Japón y condena con ello a muerte a millones de inocentes. Pero imposible era ya saberlo. Seguir torturándose con ello era, pues, absurdo. Pero sin embargo el alcohol se metabolizaba distinto con el vertiginoso avance de los años. Lo que antes causaba noches de lujuria, ahora era simple melancolía. Lo que antes habría sido un  "¿por que no?" ahora se transformaba en un desolador "¿por que?". Era momento de contar las bajas de esta batalla. ¿De verdad había valido la pena mantener cartuchos de repuesto a la espera de un improbable segundo asalto?. Según el ritmo que el destino marcaba aquella noche, la lucha había terminado.


En medio de aquel clima melancólico y reflexivo, los párpados cerraron el flujo de pequeñas lágrimas que se resbalaban por sus mejillas. La botella de Vodka perdió de pronto toda su atención, y los músculos de su cuerpo comenzaron a relajarse. Su mente se detuvo, fruto de un boicot emocional. Su exhausto cuerpo acudía a lamer sus heridas a terrenos de Morfeo. Sus reflexiones se fueron sofocando. Pero una poética idea permaneció mientras los sueños comenzaban a jugar, intentando asemejar tan macabros como la vida real. "Que hacer si el fuego que me quema a la vez me abriga" se preguntó.

domingo, 13 de mayo de 2012

Capítulo 35: Pongamos que hablo de nosotros

Julán se levantó esa mañana con un terrible dolor de cabeza. La falta de su mujer, y, sobretodo, el hecho de desconocer por completo su paradero, el no haberse podido despedirse de ella, le estaba matando.
Con esos pensamientos en la cabeza, se dispuso a levantarse aquella mañana. Pero en cuanto sus pies rozaron el suelo, pudo sentir bajo estos una punzada cuanto menos inesperada. Confuso, se subió de nuevo a la cama y pudo comprobar los restos de lo que algún día había sido un botella de ginebra, rota en mil pedazos. Una sonrisa liberadora se alzó sobre sus mejillas cuando comprobó que quizás no era sólo su mujer la causante de aquellos horribles dolores.


Recostándose de nuevo en la cama, estiró la mano y comenzó a palpar la superficie de su mesilla en la procura de su teléfono. Todavía con los ojos cerrados, oprimió el botón de encendido, a lo cual el aparato respondió con un insoportable ruido que causó el estremecimiento de Julian. Aquel sonido no era más que la inocente melodía de encendido del móvil,  pero el increpante dolor de cabeza, el cual ahora ya podemos denominar como resaca, multiplicaba por un millón el tono agudo del sonido.


Afortunadamente, el ruido apenas duró un par de segundos. Pero cuando finalizó, fue seguido de otro, más breve y armonioso, comunicándole de la llegada de un mensaje. A desgana, Julián accedió a la bandeja de entrada y fue ascendiendo por los mensajes recibidos. Publicidad, Publicidad, nos veremos a las 8.... al fin, alcanzó el mensaje. Cual fue su sorpresa al ver escrito el nombre de su mujer en la casilla reservada para el remitente. Rápidamente, olvidándose de las terribles palpitaciones que asolaban sus sienes, se dispuso a leer el mensaje al tiempo que se le iluminaban los ojos:


"Tenemos que hablar. Siento que haya tardado tanto en escribirte, necesitaba tiempo. Te veré a las doce, AP-9 kilómetro 67, a las doce. Por favor, no llegues tarde."


Aquel breve mensaje bastó para reparar los daños de una noche repleta de melancolía. De pronto, cesaron las palpitaciones y el cielo se volvió azul de nuevo. En cualquier otro momento, "tenemos que hablar" hubiese sido el último golpe de un matrimonio trastabillado. Pero no en aquel. Ahora mismo, la simple idea de volver a ver a su mujer, de saber que no estaba todo perdido, le hacía seguir adelante sin apenas pensar en lo que hacía, lo cual se estaba convirtiendo en una insana costumbre. Quería ver sus ojos azul esmeralda brillar al son de la luna una vez más. En aquel momento, todo lo demás le importaba una mierda. Miró la hora a la que el mensaje había sido enviado. Pasaban de las cuatro de la mañana, lo que indicaba que él no había sido el único que había vivido una noche melancólica.


Palpó de nuevo su mesilla, hasta hallar su reloj de pulsera. Comprobó con horror que pasaban de las once y media. Como una exhalación, saltó de la cama ignorando los cientos de esquirlas de cristal que se introdujeron en la planta de su pie. Sacó del armario una chaqueta de pana y unos pantalones baqueros. Rebuscó por todos los cajones del armario,  más no pudo encontrar una camisa limpia. Desesperado, corrió hacia el cesto donde guardaba la ropa sucia y seleccionó una camisa relativamente limpia. Tras ponérsela, agarró su cartera y las llaves de su coche. Introdujo también su móvil en el bolsillo, tras clavar su mirada en el un segundo, pensativo. Había estado a punto de abandonar la tarjeta en una gasolinera a miles de kilómetros de allí, tal y como había hecho con el aparato. Afortunadamente, la razón se impuso levemente aquel fatídico día. Por ahora su mente prudente y controladora hasta casi convertirse en una obsesión le había mantenido vivo durante varios años. Sin embargo, desde que se dejaba llevar por los impulsos, había estado a punto de morir varias veces. Pero aquello no pareció importarle, todo lo que hubiese pasado en su vida anterior, antes de la llegada a su mesa de aquellos informes, era completamente irrelevante. 


Bajó las escaleras corriendo, mientras hacía auténticas maniobras de contorsionista para ponerse la chaqueta. Por el camino se encontró con Ramires, quien le saludó, con clara intención de pararse a charlar. Julián lo evito, nada ni nadie podía frenarle. Tras alcanzar la puerta de su coche y meter la llave en el contacto, miró de nuevo la hora. Faltaban veinte minutos, debía darse prisa. Presionó el acelerador y subió de marcha.


Mientras conducía, pensaba en que decirle a su mujer. No era fácil, pues sabía que a día de hoy era mucho más lo que les separaba que lo que les unía. En realidad, seguía sin encontrar una razón lógica a por qué quería seguir con ella. Simplemente era su mujer, y la palabra de un cura en nombre de un dios en el cual ninguno de los dos creían era suficiente para mantenerles unidos. Pero al menos, ya no se lo replanteaba. Aunque difícil es determinar si aquello era bueno o malo.


El ruido ensordecedor del motor de su viejo coche ya no le molestaba. La resaca había cesado de pronto, sepultada bajo toneladas de esperanzas. La montaña rusa de los sentimientos estaba abierta de nuevo. No hubiese sido difícil que se chocara, ya que su mente estaba muy lejos de aquella autopista. Así fueron pasando los kilómetros, hasta alcanzar el esperado Km. 67. En este, una salida tras la cual se alzaba un bar. No era el lugar perfecto para una reconciliación, pero sí lo bastante discreto como para asistir a una sonora discusión.


Aparcó junto a un camión, único vehículo estacionado en el parking. Su olfato de detective, único sentido que seguía intacto tras abandonar su puesto de trabajo, le advirtió de que el coche de su mujer no se encontraba allí De ello surgían dos teorías, o bien había pasado la noche allí, o bien le llamaba para contarle que se había fugado con un camionero. Naturalmente, la segunda no tenía en sus pensamientos más allá de la mofa.


Tras observar los exteriores, se dispuso a entrar. Tal y como había imaginado, el bar estaba vacío. Tan solo un par de camioneros situados en una mesa junto a la puerta y una molesta mosca que surcaba el extrañamente caluroso aire rompían el silencio. Al fondo, una mujer cuyos largos cabellos le eran familiares. No era un sueño, ella estaba allí. 


Aceleró el paso mientras ocultaba la enorme sonrisa que amenazaba con asomarse de entre sus labios. Jugar con las cartas ocultas en la mano era algo que nunca se le había dado bien. Pero debía arriesgarse, el premio merecía la pena.


Tras sentarse en la mesa, ambos conservaron el silencio durante unos segundos. Sus miradas podían hacer en un segundo lo que sus cuerdas vocales tardaban años en explicar sin dolor. Pero al fin, el se decidió a hablar.


-Cariño......


-No. Déjame hablar a mi. Tengo algo que decirte, me equivoqué.- Su mujer hablaba despacio, buscando con sumo cuidado las palabras perfectas.


-Todos lo hacemos.-Dijo Julián, dispuesto a olvidar el pasado y comenzar una nueva etapa junto a su esposa.


-Debemos empezar de cero, lejos de todo esto. Reconozco que me impactó cuando me confesaste que perteneciste a los GRAPO. Y más aún que no me lo hubieras dicho. Pero todos cometemos errores, y...


-Eso no fue un error.- Le corrigió Julián


- ¿Como dices?


-Pertenecer a los GRAPO no fue un error. Lo dejé cuando comenzaron a matar gente inocente. Si  he de arrepentirme de algo, lo haré de los años que pasé trabajando sin saberlo para el enemigo.


-¿El enemigo? ¿De que hablas? Da igual, no me importa, vayámonos juntos, huyamos, olvidémonos de este mundo repleto de injusticias.


-Lo siento pero no puedo. Admiro tu cinismo, pero soy demasiado consciente como para olvidarme de todo. El estado para el que estuve trabajando financia grupos fascistas, eso es tan obvio como cierto. ¿Cuantas vidas de niños pequeños, inocentes, estaría segando si ahora me fuese contigo?. Créeme que no lo hago por gusto, daría lo que fuese por haber nacido en otro planeta, en un lugar en el que no tuviera que preocuparme por la vida de gente que ni tan siquiera conoceré nunca. Pero eso no lo podré cambiar, de modo que no, me quedo.


-Está bien... no quería hacer esto, pero deberás decidir entre esos hombres que a punto estuvieron de matarnos y yo.


-¿Elegir? Escucha, te prometo que en breve lo dejaré. La victoria está cerca, tenemos un plan, pero debemos tener cuidado. Dame seis meses, solo seis meses- Le rogó Julián


-No tengo ese tiempo, por favor quédate- Le suplicó su mujer,poniéndose de rodillas sobre el mugriento suelo mientras rompía a llorar.


Como respuesta, Julián se levantó de la silla sin despedirse, recogió la chaqueta y dio media vuelta. Odiaba admitirlo, pero aquello había sido una pérdida de tiempo, su mujer no estaba dispuesta a ceder absolutamente nada. Mientras se alejaba, por sus mejillas comenzaron a caer silenciosamente regueros de lágrimas.


Pero cuando se dirigía hacia su coche, los dos camioneros que hasta aquel momento dialogaban tranquilos, se pusieron en pie. 


-Disculpe..... ¿puede dejarme pasar?-Dijo cortésmente Julián, con la voz quebradiza debido al sollozo que amenazaba con brotar de su garganta.


-No


-¿Disculpe?


-He dicho que no pasará- Dijo uno de los hombres, al tiempo que apuntaba un cañón contra el pecho de Julián. Ambos se miraron a los ojos. Julián pudo observar la tranquilidad en los ojos de aquel hombre, que no se inmutaba pese a estar empuñando una 9mm contra el esófago de una persona.


-¡No le hagas daño!- Gritó su mujer, abalanzándose contra el pistolero con la furia de una leona 
Edefendiendo a sus cachorros. 


Sin embargo, aquello no fue suficiente para desestabilizar a un hombre de metro noventa y expresión asesina. El hombre se sirvió de su brazo izquierdo para desviar el cuerpo de la mujer contra la esquina de la barra, tras la cual se postulaba un asustado camarero.  Calló contra la barra, con tan mala suerte que su cabeza fue a impactar contra la esquina, lo que le causó una brecha en el cráneo. Cuando llegó al suelo, yacía ya inconsciente. No obstante, aquel acto de arrepentimiento le había proporcionado a Julián el tiempo necesario como para echar a correr cara al almacén del bar. Cerró la puerta tras de sí y al fondo contempló una luz tenue. La siguió, rezando para que fuese una salida. Tras de sí comenzó a escuchar como los dos hombres aporreaban la puerta de metal, que por el momento resistía. 


La luz se fue haciendo cada vez más grande y potente. Julián apuró el ritmo, con el corazón en un puño. Giró la esquina y contempló como sus esperanzas morían, fruto de un engaño de su propia mente. La luz que bañaba el almacén provenía de una pequeña abertura situada a ras del suelo, de apenas un par de centímetros de anchura.


En ese momento el sonido de un disparo azotó la estancia. Habían abierto fuego contra la cerradura de la puerta, y esta irremediablemente había cedido. Julián corrió a esconderse tras unas cajas y permaneció allí, inmóvil ,  sintiendo como el pulso se le aceleraba con cada paso de sus perseguidores, con la frente envuelta en sudor. Permaneció oculto cual vietnamita, oyendo a su alrededor sus pisadas. Rastreó con la mirada los alrededores, en la procura de un arma. Por fin, en una de las cajas entre las cuales se había situado, halló un cuchillo jamonero. Aguardó hasta que el primero de los hombres estuviese delante suya, y atacó. Con las manos empapadas en sudor, se abalanzó sobre él directo a la yugular. El cuchillo atravesó uno a uno todos los tejidos de su cuello, al tiempo que un chorro de sangre comenzaba a brotar de la abertura provocada por el cuchillo. 


El hombre, negándose a morir así, dirigió la pistola hacia atrás y disparó tras veces. Obviamente, ninguna impactó contra Julián, pero el barullo provocado por el arma había alertado al otro caminero, que debía estar realmente cerca. Cuando el hombre se quedó paralizado, víctima de la falta de oxígeno, Julián agarró su pistola y comprobó el cargador.Tres balas. Sacó una del cargador y se la introdujo en el bolsillo. A continuación, se dirigió hacia la entrada.


De esta le separaba ya tan solo el pasillo central, el cual estaba custodiado por el camionero con el que había estado hablado antes. Julián agarró una lata de cerveza, y la tiró con fuerza cara al otro extremo del pasillo. El hombre, alertado, giró la cabeza. En ese momento el aprovechó para jugárselo todo a una carta.


Y durante una milésima de segundo, sus miradas se cruzaron. Pudo observar su rosto, en el cual ya no se mostraba indiferencia y frialdad, si no ira, salpicada con algún toque de pánico. Durante una milésima de segundo pudo observar como empuñaba el arma ladeada. Pudo observar su sonrisa, sus ojos... definitivamente, aquel hombre no podía ser humano. Julián se habría atrevido a afirmar que incluso había disfrutado persiguiéndole.


Tras atravesar la puerta, halló a su mujer, semiinconsciente y con la mirada perdida. De si frente seguía floreciendo la sangre. Rápidamente, la cargó a sus hombros y siguió corriendo cara a la salida.
A su espalda, el hombre recargó su arma y realizó tres disparos con Julián como único objetivo. Los dos primeros herraron. El tercero en cierto modo, también lo hizo. Pero tras impactar contra el extintor, revotó directamente en su pierna.


Julián se calló, retorciéndose de dolor. Sin tiempo para colocarse de nuevo a su mujer, se irguió y comenzó a correr como pudo. Tras alcanzar el extintor, lo abrió y roció con este a su perseguidor. Acto seguido, precipito la bombona contra el suelo y siguió corriendo. Con el corazón en un puño y exhausto, al fin alcanzó su vehículo. Metió la llave en el contacto y aún tuvo el dudoso placer de comprobar una vez más la efectividad de ese hombre con las armas cortas.  Su retrovisor se partió en mil pedazos.


Su mujer le había vuelto a mentir. Y una vez más, había estado a punto de morir por su culpa. Pero aún así, por alguna extraña razón que cada vez se le hacia más complicado comprender, aún la quería. Por ello no lo dudó cuando la vio tirada en el suelo. Por ello no dudo tampoco en aquel caserón, cuando le dispararon.


Conforme se alejaba, sus pulsaciones recobraban sus índices normales. Pero su cerebro, tras asumir de nuevo el mando, se mostraba confuso. No lograba entender quienes eran aquellos camioneros, y que pintaba su mujer en todo aquello. La idea de que hubiese sido todo una trampa la resultaba aterradora,casi tanto como la de haberle dicho a su mujer el último adiós.

sábado, 12 de mayo de 2012

Memorias de un Fusilado ya es obra registrada

Al fin, Memorias de un Fusilado cuenta ya con su propio ISBN por lo que es una obra oficial.
El lanzamiento se espera para mediados de Septiembre de este año

martes, 1 de mayo de 2012

Capítulo 34: Diosas de la revolución

Javier recobró el conocimiento sobre una incómoda silla. Ante él, una mesa sobre la cual se situaba un vaso repleto de agua y un jugoso filete. Estaba hambriento, pero las correas que ataban sus manos a la parte trasera de su asiento imposibilitaban cualquier intento de alcanzarla. Miró a su alrededor. La estancia, de paredes descorchadas y sin ningún hueco por el que la luz natural pudiese acceder, le recordaba peligrosamente a la cárcel. ¿Le habían vuelto a encerrar? ¿había fracasado el levantamiento?. Comenzó a rememorar las últimas 24 horas, con el fin de dar respuesta a esas y a otras preguntas que rondaban su cabeza en aquellos momentos.


Pero no encontró nada. Su memoria parecía volverse borrosa desde el momento en el que entró junto a aquel hombre en la celda. Pensó que quizá se debiese a un mecanismo de defensa, una forma natural de evitar los traumas, una censura natural. Pero siguió recapacitando, buscando algún detalle que le indicas su ubicación. Lo único que recordaba era la penetrante mirada del hombre que le puso contra la pared. Le quemaba cual fuego griego cada vez que intentaba abrirse paso por sus recuerdos.


Entonces tuvo un fugaz recuerdo, un gesto, una mirada a través de un pasamontañas. Y en el extremo del brazo de aquel hombre, un spray. Ese era su último recuerdo, ahora lo veía todo más claro. Cuando comenzaron los disparos, él había comenzado a correr en busca de una salida. Cuando aquellos hombres le vieron, levantaron el fuego que hasta aquel momento mantenían con los guardas de la prisión y se concentraron sólo en capturarle. A él.


¿Quienes eran aquellos hombres?¿Que querían de él? En contra de lo que había supuesto, recordar los acontecimientos sólo le había servido para tener más dudas. Pero mientras intentaba recomponer mentalmente un puzzle al que le faltaban la mayoría de las piezas, fue interrumpido por el chirrío de la puerta metálica  abrirse.


Tras esta, apareció un hombre con uniforme militar, el cual estaba decorado con varias insignias, acompañado por dos escoltas. El hombre les indicó que esperasen fuera, y acto seguido, cerró la puerta, quedándose a solas con Javier.


Él comenzó a sudar. "Demasiadas similitudes con lo que ocurrió en la cárcel", pensó.El cuarto estaba en penumbra, con lo que apenas pudo observar al hombre trajeado una vez éste hubo cerrado la puerta. Pero al menos, estaba seguro de que no era el carcelero que había abusado de él, lo cual significó un gran alivio.


El hombre llevaba un maletín en cada mano. Pero Javier se fijó casi únicamente en el que colgaba de su mano izquierda. Avanzaba balanceándose, siempre en favor de dicho paquete, protegiéndolo con una delicadeza casi maternal. Cuando alcanzó el otro extremo de la mesa en la que Javier se situaba, posó el maletín con sumo cuidado sobre el suelo y, acto seguido, tomó asiento.


-¿Que tal está su ruso? - Preguntó el hombre mientras encendía un pitillo.


-Bien. Nací...nací  allí, aunque hace al menos diez años que no hablo...- Respondió Javier, desconfiado


-Lo sé, y me alegra comprobar que usted también lo recuerda todavía. Ese  gas que le rociamos aún es experimental. No teníamos la garantía de que no fuese a sufrir daños cerebrales.


-Supongo que no me ha traído hasta aquí solo para probar un somnífero gaseoso, ¿no es así?


-Obviamente no, tenemos una misión para usted.


-¿Tenemos? Si voy a hacer algo turbio, me gustaría saber en nombre de quien lo hago.


-Desde luego.-El hombre sacó un tablero de ajedrez de uno de los maletines y fue colocando  con precisión cada una de las 32 piezas. Mientras lo hacía, continuó hablando, indiferente a la pregunta que Javier le había hecho-  Él ajedrez, juego complejo donde los haya, ¿no le parece?. Lo inventaron los indios hace 14 siglos y aún hoy sigue usándose como terreno para explicar complejas tácticas militares.  Peón a D4


-¿Pretende que juegue con las manos atadas?- Dijo Javier, intentando liberarse de las ataduras que le estaban cortando la circulación


-Moveré yo por usted. Hagamos un trato. Si gana, le libero.


-¿Y si pierdo?- Preguntó Javier, desconfiado.


-Hará lo que yo le pida.


-Me parece un trato demasiado abusivo, pero me parece que lo hace por mera formalidad. En realidad, no tengo otra opción, ¿no es así?


-Es usted un terrorista de extrema izquierda en esta nueva Rusia. A muchos les han volado la tapa de los sesos por mucho menos. Si quiere conservar la vida me temo que sí, esta es su única opción.


-Comprendo. Caballo a F6


-Peón a C4


-Peón a G6


-Defensa India. Veo que conoce bien este juego ¿no es así?


-Lo que veo es la clase de persona que es usted. Apuesto lo que quiera a que ahora iba a mover ese peón -Javier señaló con la mirada la pieza que el hombre ya sostenía entre sus dedos- a G3. Suiza, 1982. Kasparov contra Korchnoi. Eso le delata, usted opina que cuando las cosas funcionan, no deben cambiarse. Es usted un general que resiste desde la época soviética. Planea recuperar el país, salvarlo de las garras de Putin. Lo que no comprendo es para que me quiere a mi. Acabo de ser traicionado por los mismos comunistas con los que usted lucha en Brasil. Por ello, descarto la posibilidad de que me eligiese a mi por entrega y habilidades. Dejémonos de jueguecitos y dígame que hago aquí.- Dijo, manteniendo pese a la frialdad de sus palabras un  tono asombrosamente  parsimonioso.


El hombre se quedó boquiabierto. Tardó varios segundos en asimilar aquel golpe, aquella forma descarada con la que Javier le había arrancado todas las cartas de la mano. Durante esos segundos aguantó, como le habían enseñado, con su mirada impenetrable clavada en el horizonte, con el objetivo de no delatar el tremebundo fracaso de su plan de acercamiento.


-Ahora ambos jugamos a mano descubierta. Si le parece, podemos continuar jugando mientras hablamos. Ahora que he descubierto el elevado límite de sus conocimientos ajedrecísticos , estaría dispuesto a renunciar a todo por jugar con usted.- Habló al fin, emulando a Javier al mantener el tono despreocupado.


-Hace bastante que no juego. Acepto, siempre y cuando la apuesta siga en pie. Estas jodidas correas están cortándome la circulación.


La partida continuo mientras Javier terminaba de desmantelar la defensa que el hombre había planteado mediante el desconcierto inicial.


-Me temo que aún no me he presentado. Soy Stravva, Piotr Stravva. Soy uno de los pocos, si no el único comunista que sigue trabajando para los servicios de inteligencia de Rusia, gracias a mi condición de militar. Mi objetivo era el de repatriar a un fascista que había sido capturado por lo comunistas en Ucrania. -Piotr sacó unos papeles del interior del mismo maletín de cuero marrón del que anteriormente había sacado el ajedrez.


Javier pudo observar que el otro maletín, el que más cuidadosamente había tratado en todo momento, seguía completamente cerrado. Sin embargo, Piotr lo miraba de reojo nerviosamente cada vez que un leve ruido invadía el cuarto. No se atrevió a preguntar que oscuros secretos ocultaban la simple envoltura de cuero de imitación que constituía aquel maletín.


-Este hombre.- Le dijo mientras le extendía una de las hojas, la cual contenía una ficha detallada de su actividad reciente-Se llama... o se llamaba Sergei Kuznetsov, encargado de la toma de Ucrania.




-¿Y yo que pinto en todo eso?- Le interrogó Javier




-Mucho. Vea una foto suya.-Le extendió otro folio, el cual consistía tan solo en una gran fotografía situada en el centro. En la imagen, se veía estrechándole la mano a Putin a un hombre exactamente igual a Javier.




-Es....-Javier no podía hablar, estaba aturdido. Nadie espera darse cuenta un día de que tiene un doble en el mundo y que ese doble se encarga de organizar misiones paramilitares de una banda fascista armada.



-Exactamente igual a usted.


-¿Y que debo hacer exactamente?-Preguntó Javier, decidido.


-¿Que sabe usted de Valkiria?


-Supongo que no se refiere a las servidoras de Odin, ¿no es así?


-Obviamente no. El hecho es que en este hombre está invitado a la reunión que mantendrán la semana que viene los principales líderes del bando fascista. Imagíneselos. Todos juntos, en una sala de apenas 15 metros cuadrados. Bastarían 5 kilos de explosivos para acabar con todo. Una vez muerto Putin, siguiendo la constitución rusa tendrían que convocarse elecciones. Ganaríamos sin dudarlo, ya que observadores de diversas nacionalidades estarían presentes en el recuento, con el fin de calmar las ansias tras el golpe.


-Ya. ¿ Y como tendré la certeza de que ese hombre no va a volver? Después de todo, fíjese que fácil ha sido "fingir" mi liberación.

-Ya nos hemos encargado de ese hombre.  Digamos que sufría algún tipo de indigestión de cara al ácido clorhídrico- Dijo Piotr, mientras dejaba escapar una sonrisa macabra.

-¿Cual es el plan?

-Derrotar al líder contrario es muy difícil desde fuera.- Dijo Piotr, quien se encontraba ya a un par de movimientos de la derrota en la encarnizada partida de ajedrez- Pero sin embargo, si por alguna razón fuese alguien de su propio bando quien lo hiciese...- Agarró la torre, situada a la izquierda del rey tras el enroque, y la zarandeo hasta que con ella consiguió tirar de un golpe al rey de Javier- Jaque Mate.

-Comprendo. Entro en la reunión como si fuera ese tal Sergei, dejo el explosivo y me voy tras hablar lo menos posible para no levantar sospechas. El explosivo se activa y.... ¿después que? ¿que será de mi?

-Una vez tengamos de nuevo el estado ruso en nuestro poder, habrá medios de sobra para recompensárselo. Quizá más que dinero, prefiera que limpiemos su ya de por si turbio historial. Eso ya se acordará más adelante. 

-¿Y como está tan seguro de nuestra victoria en unas supuestas elecciones?

-Las elecciones serán celebradas por el ejército, en el cual, al contrario que en el ejecutivo, aún somos mayoría. Además, los observadores nacionales estarán a nuestro favor. Hace tiempo que Rusia se ha quedado sin más aliados que la turbia y empobrecida Siria, la cual no será un problema.

-Y si, como dicen, siguen siendo mayoría en el ejército, ¿por que no dan un golpe de estado?

-En un golpe de estado, es el gobierno golpista quien debe dar todo tipo de explicaciones. Debe decir quien ha apoyado el golpe y purgar a quienes no lo hayan hecho. Causa división en el pueblo y desconfianza en las demás naciones, quienes deben elegir entre perder credibilidad en sus comunicados por apoyar primero al gobierno de Putin y luego al golpista, o condenar el golpe y correr el riesgo de entrar así en una estúpida guerra tapadera. Sin embargo, un atentado puede deberse a un grupo terrorista checheno o incluso a la mafia rusa. El estado les echa la culpa a ellos, quienes lo niegan, o se aprovechan de la situación, encarcelamos de por vida a un par de jóvenes cuyo único delito era estar en el lugar inadecuado en el momento justo y listo.

-Comprendo. ¿Y donde está ese explosivo del que tanto habla?

-Aquí - Dijo Piotr, señalando al segundo maletín. 

Lo puso encima de la mesa y, con sumo cuidado, abrió aproximadamente medio centímetro de la cremallera, lo que fue suficiente para que Javier comprobase a ciencia cierta y con espanto su contenido. Allí debía haber por lo menos 7 kilos de algún tipo de explosivo.

-Es amonal. Suficiente como para reventar el ala norte del kremlin.- Continuó Piotr ante un atónito Javier, que observaba boquiabierto lo fácil que es interrumpir una vida. "Demasiado fácil" pensó.

-¿Como lo haremos?-Respondió Javier tras regresar en si mismo.

-Querrás decir como lo harás.- puntualizó Piotr- Te dejo que improvises. La reunión es el lunes que viene a las 6p.m.  Solo te digo que la bomba tiene seis cables que conectan el temporizador al detonador. Si vas a rajarte, más vale que seas preciso por que si uno de esos cables se desconecta antes de tiempo..... explotará. Una última cosa, procura que cuando el temporizador que ahora marca 518400 segundos indique "0" la bomba esté en el lugar correcto. O al menos... lejos de ti. Y de mi- Dijo Piotr, enseñándole disimuladamente el revólver de gran calibre que llevaba colgado en su pistolera.- Ahora acompáñeme, querrá descansar


- Una última pregunta, ¿como se que no es una trampa?.-Preguntó Javier, quien seguía desconfiando de aquel hombre.


-No lo sabe, y dudo que nunca lo sepa. A decir verdad, ni tan siquiera soy comunista, tan solo un hombre con un peligroso amor por el dinero. 


-¿Debo confiar en un mercenario?


-Debe sobrevivir. Y soy yo quien tiene el arma. Así que no me toque los cojones. Acompáñeme, como ya he dicho, supongo que estará muy cansado.

sábado, 21 de abril de 2012

Presentación "Recuerdos Made in Gazza"

Pese que aún no ha sido publicado (ni mucho menos, la verdad)  Memorias de un Fusilado, se me hace inhumano demorar más la presentación del libro que está absorbiendo mi tiempo en estos últimos días "Recuerdos made in Gazza", la historia de una niña palestina violada por un militar americano que decide tomarse la venganza más de una década después.Aquí os dejo un fragmento del manuscrito en cuestión:


12 de Septiembre de 2001


-¿ Por que hacen eso? Por que nos tratan mal? En la radio han dicho que es por que somos inferiores. ¿Es eso cierto, mamá? ¿Somos inferiores? Yo nos veo iguales, dos brazos, dos piernas, una cabeza... pero a lo mejor es que claro, como soy inferior no puedo ver la diferencia.


-No digas eso. Pues claro que no somos inferiores. Ni superiores, todos somos iguales y hemos sido creados por el mismo dios.


-Entonces.... ¿por que nos odian? Yo no les he hecho nada malo, que recuerde, y si lo he hecho les pido perdón  ¿y papá? ¿hizo papá algo malo?-  Interrogó Sarah a su madre. Ambas sollozaban, pese a que su madre lo hacía en completo silencio, dejando que las lágrimas se deslizasen por sus mejillas, cubiertas por el burka ,hasta llegar al sucio suelo sin ser detectadas.


-Tu padre es.... era- se corrigió, mientras sentía una brisa de realidad no demasiado placentera- un hombre de gran corazón, nunca hizo mal a nadie


 -Pero entonces ¿por que nos tratan tan mal esos hombres?- Preguntó Sarah, desesperada


-Verás, aquellos hombres nos tratan mal por lo que hacen otros. Otros.... como nosotros- aclaró su madre, intentando explicarle a la ingenua niña una situación que ni ella alcanzaba a comprender


-Pero..... ¿por que no nos perdonan? mi profesora dice que no hay que perdonar, que la venganza no es buena .


-Y yo estoy de acuerdo. Perdónales, no saben lo que hacen. Ya verás como dentro de muy poco estaremos todos juntos de nuevo, bien lejos de toda esta barbarie- Intentó consolarla su madre, sin éxito


-Todos no, papá no está. Y nunca volverá


-Nos está esperando en el cielo, junto al abuelo. Muy pronto estaremos con él


-No quiero que me espere en el cielo, yo lo quiero aquí, conmigo, contándome cuentos cuando las bombas caigan, como siempre. ¿Como pretendes que todo siga igual? Él no va a volver.- La niña continuaba llorando . Su madre intentó consolarla, pero antes de que  pronunciar una palabra, Sarah corrió hacia la puerta de la habitación que compartía con sus tres hermanos. Cerró la puerta y dejó que toda su rabia acumulada brotase en forma de potentes sollozos.


En ese momento, su hermano Hásin, con la cara propia de un niño de apenas quince años que hace apenas unas horas acababa de presenciar el asesinato de su padre a manos de hombres cuyos sueldos pagan sus impuestos, abrió la puerta y sin decir una sola palabra se desplomó sobre el incómodo sofá.


-Mamá, he de contarte algo- Dijo muy serio- he tomado una decisión, me voy de casa.


-¿Que te vas? ¿A donde?


-A parar esta barbarie. He hablado con unos amigos, resulta que conocen a un tío que se ha hecho no sé cómo con una docena de kalashnikov y munición para parar un tren.


-¿Que dices? ¡Te lo prohíbo!


-Siento decirte que eres una mujer, no puedes prohibirme nada. Ahora que papá ha muerto, yo soy el responsable de esta familia.


-Precisamente por eso tienes que quedarte. Si no lo haces por ti ni por mi al menos hazlo por tus hermanos. Acaban de perder a tu padre, no soportarían perderte a ti también.


-Lo que hago lo hago no por ti o por Sarah, lo hago por toda palestina. Lo siento mamá, la decisión está tomada. Si muero será marcando con mi sangre la tierra que nos quitaron


-Recapacita, aprende de los errores de tu padre. Por favor, no te vayas, no puedo hacerlo sola- Le suplicó su madre, cuyo llanto era ya perfectamente audible .


-El único error de papá fue permitir  que esos perros judíos pisasen nuestro territorio a cambio de que le dejasen en paz. Por eso ha muerto, esos cabrones no se detienen ante nada.


-No hables así de los judíos- le replicó su madre


-¿Y como quieres que hable? ¿acaso no te das cuenta que el sionismo es un concepto nacionalsocialista?
Nosotros creamos estas ciudades, labramos estas tierra y trajimos animales a un lugar desértico que nadie quería hace miles de años. Y lo hicimos con nuestra sangre y con nuestro sudor. Y ahora vienen las potencias europeas y pretenden usar nuestro territorio como lugar de exilio para toda la mierda, todos los putos judíos que sufrieron a los nazis. Esto es una venganza. Los comunistas se tomaron la suya arrasando Berlín , las potencias europeas consiguieron territorios y los americanos una macro dependencia llamada Unión Europea. Tan sólo los judíos se quedaron sin venganza. Y se la están tomando con nosotros. Somos la moneda de cambio, el blanco fácil. Sabes tan bien como yo que a papá le han matado por lo ocurrido con las torres gemelas. Lo siento, la decisión está tomada.


19  de Agosto de 2012


Sarah se despertó envuelta en sudor. Había vuelto a tener ese sueño. El cadáver de su padre empapado en su propia sangre, el rostro de furia de su hermano con el fusil al hombro y la violación. Siempre la violación. Maldijo por lo bajo su predisposición a estar en el lugar inadecuado en el momento justo.


Sarah era una guapa mujer que acababa de cumplir los 20 años. Lucía un pelo negro que le llegaba hasta las caderas y unos ojos azul celeste capaces de hipnotizar al más osado. Sus labios parecían caídos del mismísimo cielo. Suaves , pequeños, cada vez que habría la boca no era difícil entender un "te quiero" en su expresión. Se consideraba musulmana y practicante, ya que acudía a rezar regularmente tres veces por semana. No obstante, renegaba de costumbres que consideraba anticuadas como el burka. Sus amigos decían que se debía a la falta de un hombre durante los años cruciales de su juventud. Se rumoreaba que, en las intimidades de su hogar, ni tan siquiera su madre llevaba el burka una vez su hermano mayor se hubo marchado. No obstante, todos consideran que sería un pecado censurar aquel rostro, obstaculizar aquel andar de diosa morena. Piel rígida y suave,  piernas eternas y ojos de gata. Su caminar inquietante sembraba la discordia entre cualquier hombre que tuviese la suerte de darle la espalda. Cuando esto ocurría, ella miraba disimuladamente a sus espaldas, mientras mostraba una inocente sonrisa . En el fondo, aquello le encantaba.


Sarah parecía llevar una vida perfecta, lejos de las atrocidades de su pasado. Vivía en Nueva York y era estudiante de derecho de tercer año. Pero en el fondo, su vida seguía destrozada por aquel seísmo ocurrido en su juventud. Nunca había podido mantener relaciones sexuales desde aquello. Eso por no hablar del sueño, aquel constante y fatídico sueño que se repetía periódicamente cada dos o tres días desde el día mismo de su violación, hacía ya 8 años. No obstante, se había acostumbrado a sufrirlo, era ya parte de su rutina. Perderlo sería confirmar que había olvidado por completo su pasado palestino, una traición aún mayor que la que debió sentir su madre cuando le dijo que se iba a estudiar a Estados Unidos, a la cuna de todos los males de su familia.