viernes, 6 de julio de 2012

Capítulo 39: No es tarde


Se despertó en medio de potentes redobles de tambor, nacidos de su propia indiferencia. Resaca, si abandonamos el tono poético. Avalanzóse sobre el reloj. Eran más de las 11 y media. Apenas faltaba media hora para que su marido acudiese a su propio entierro. Lo menos que podía hacer, era acompañarle a las puertas del cielo para desearle suerte. Se vistió tras ducharse, y descendió por las escaleras de caracol, uno de los escasos toques de "lujo" con los que contaba aquel cuchitril. Sentóse en una de las últimas mesas, sorprendiéndose  al contemplar la figura de un camarero que fregaba un vaso apoyado en la barra.  Tras sus pasos, por la misma puerta por la que ella acababa de acceder a la cafetería, aparecieron aquel par de hombres, que parecieron abandonar su acalorada conversación al ver a la chica.

-¿Y bien?- Le preguntó uno de los hombres, de mala gana.

-Tengan paciencia, seguro que viene- Le con testó ella.

-¡Precisamente lo que nos falta es tiempo,joder!- Intervino el otro hombre, harto de la incapacidad que estaba demostrando su compañero en los últimos días a la hora de intimidar a la mujer.

-¡No puedo hacer nada más!- replicó ella- le he pedido que esté aquí a las doce y estará. Esperen, solo les pido eso.

-Está bien. Pero más vale que no nos haga perder el tiempo, o esta vez no seremos tan permisivos- Respondió el segundo hombre, dejando entrever el cañón de su arma.

Los siguientes minutos contaron con un ambiente fácilmente rasgable por la hoja de un cuchillo. El reloj se negaba a acelerar su pausado pulso, y marcaba impasible, no solo resignándose a acelerarse si no también a detenerse por completo. Al fin, un coche igual al suyo de detuvo ante la puerta del establecimiento. Los hombres, cerraron las cortinas y se apresuraron a sentarse en la mesa situada junto a la salida del local, esperando la señal para intervenir.

Abrióse la puerta y en la cara del hombre que apareció tras ella pudo leerse la palabra resentimiento en cada ojera. Se le heló la sangre cuando se quedó mirando durante un instante que pareció interminable a los dos hombres que custodiaban la puerta. ´Por un momento creyó que él, echando mano de su olfato policíaco, había desmantelado la trama con una simple mirada. No estaba segura de si aquello hubiese sido bueno, pero el echo es que finalmente ni tan siquiera él logro sostener la vista ante aquel ogro de casi dos metros, vestido con un traje gris que le venía como un guante y con un ojo bizco.

Más eterno aún fue el esperado cruce de miradas entre ambos, alimentado por el echo de que quizá fuese la última vez. El mostró cara de arrepentimiento. Ella una sonriso frívola.  Pese a que nadie se atreviese a admitirlo, quizás aquello fuese amor no correspondido. Sin embargo, en las caras de ambos podía verse la alegría, aunque los motivos fuesen bien distintos, casi contradictorios. 

Sin poder desviar la mirada de sus hipnóticos ojos azules, quizá intentando aferrarse al último halo de amor que pudiese subsistir entre ambos, se limitó a mostrar una leve sonrisa que ni él mismo sabía que intentaba comunicar. Ella le extendió sus manos, negándose también a apartar sus miradas. Sus dedos se entrelazaron y comenzaron a hablar. 

Todo es bonito cuando no hay nada que decir. Quizá por ello nadie dijo nada, pese a que cinco minutos antes ambos tenían pensado unas cuantas cosas que debían decir antes de despedirse. En el discurso de Ana, quizá figuraba Víctor. En el de Julián, quizá su pasado en los GRAPO. Pero nadie se atrevió a tirar la primera piedra. ¿Que tal has dormido? preguntó al fin Ana. Una frase tan inocente, que sin embargo, desencadenó la hecatombe. Por que allá donde sus miradas no llegaban a entenderse, el amor se convertía en puro despecho. Arde Roma mientras Nerón toca la lira. 

Lo que había tardado diez minutos en iniciarse, acabó en tan solo un par. Ana se puso de rodillas ante su marido y comenzó a llorar. "Hazlo por mi". Julián intentó decirle algo, más le fue imposible. Consciente era ya de que cada vez que abría la boca, solo estupideces tenían cabida en sus incomprendidas cuerdas vocales. Limitóse a sacar un cigarrillo del paquete para reprimir su llanto. Acto seguido dio media vuelta y procedió a abandonar el local. Pero los dos hombres le interceptaron a la salida.

Ana lloraba, ahora ya sin reprimirse lo más mínimo. El camarero había huido cocina a dentro tras observar justo a tiempo la 9mm que uno de los hombres portaba en el bolsillo interior de su chaqueta. Julián, por su parte, aguardaba inmovil con el alma en un puño, mirando fijamente un punto indeterminado entre el arma y la cara de aquel hombre, sin atreverse a dirigir la vista hacia ninguna de las dos cosas, temiendo absurdamente que la pistola se disparase al percibir la pérdida de su atención.

En ese momento, todo se volvió confuso para él. Las últimas palabras que llegó a escuchar con claridad fueron "Jaque Mate". La última imagen, la de su mujer abalanzándose aún con lágrimas sobre las genuinas mejillas sobre el capturador armado. A partir de ese momento, desde el instante en el que el aquel asesino se ayudaba de su potente brazo izquierdo para repeler los ataques de la joven, la cual calló al suelo tras impactar con el cráneo contra la esquina de la barra, la adrenalina alcanzaba límites realmente insospechados y la memoria se vuelve borrosa.


Tras derrumbarse, le miró. Una nueva comunicación. Y esta vez podía jurar que no era alcohol "Uno de los dos debía morir. He sido yo" le decían sus ojos. Él aprovecho ese instante de confusión para echar a correr hacia el almacén. Ella comenzó a perder la vista. Estaba mareada y no logró mantenerse en pie. Se resignó a intentarlo de nuevo, e impulsada por los potentes mareos, dejóse caer lentamente sobre el frío suelo empapado de su sangre. Cerró los ojos y notó como su respiración se hacía más agitada. Aún llegó a oír como un rumor lejano el primero de los disparos que se efectuaron en aquel almacén. Pero ella ya había echo todo lo que podía por enmendar su error. Era tarde ya para represalias. Todos habían mostrado ya sus cartas, era la hora de la verdad.

Acto seguido, cayó en coma. Su cuerpo fue azotado por convulsiones durante algunos segundos. Pero logró estabilizarse, aferrándose al halo de vida que aún irradiaba incomprensiblemente su cuerpo.
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