domingo, 13 de mayo de 2012

Capítulo 35: Pongamos que hablo de nosotros

Julán se levantó esa mañana con un terrible dolor de cabeza. La falta de su mujer, y, sobretodo, el hecho de desconocer por completo su paradero, el no haberse podido despedirse de ella, le estaba matando.
Con esos pensamientos en la cabeza, se dispuso a levantarse aquella mañana. Pero en cuanto sus pies rozaron el suelo, pudo sentir bajo estos una punzada cuanto menos inesperada. Confuso, se subió de nuevo a la cama y pudo comprobar los restos de lo que algún día había sido un botella de ginebra, rota en mil pedazos. Una sonrisa liberadora se alzó sobre sus mejillas cuando comprobó que quizás no era sólo su mujer la causante de aquellos horribles dolores.


Recostándose de nuevo en la cama, estiró la mano y comenzó a palpar la superficie de su mesilla en la procura de su teléfono. Todavía con los ojos cerrados, oprimió el botón de encendido, a lo cual el aparato respondió con un insoportable ruido que causó el estremecimiento de Julian. Aquel sonido no era más que la inocente melodía de encendido del móvil,  pero el increpante dolor de cabeza, el cual ahora ya podemos denominar como resaca, multiplicaba por un millón el tono agudo del sonido.


Afortunadamente, el ruido apenas duró un par de segundos. Pero cuando finalizó, fue seguido de otro, más breve y armonioso, comunicándole de la llegada de un mensaje. A desgana, Julián accedió a la bandeja de entrada y fue ascendiendo por los mensajes recibidos. Publicidad, Publicidad, nos veremos a las 8.... al fin, alcanzó el mensaje. Cual fue su sorpresa al ver escrito el nombre de su mujer en la casilla reservada para el remitente. Rápidamente, olvidándose de las terribles palpitaciones que asolaban sus sienes, se dispuso a leer el mensaje al tiempo que se le iluminaban los ojos:


"Tenemos que hablar. Siento que haya tardado tanto en escribirte, necesitaba tiempo. Te veré a las doce, AP-9 kilómetro 67, a las doce. Por favor, no llegues tarde."


Aquel breve mensaje bastó para reparar los daños de una noche repleta de melancolía. De pronto, cesaron las palpitaciones y el cielo se volvió azul de nuevo. En cualquier otro momento, "tenemos que hablar" hubiese sido el último golpe de un matrimonio trastabillado. Pero no en aquel. Ahora mismo, la simple idea de volver a ver a su mujer, de saber que no estaba todo perdido, le hacía seguir adelante sin apenas pensar en lo que hacía, lo cual se estaba convirtiendo en una insana costumbre. Quería ver sus ojos azul esmeralda brillar al son de la luna una vez más. En aquel momento, todo lo demás le importaba una mierda. Miró la hora a la que el mensaje había sido enviado. Pasaban de las cuatro de la mañana, lo que indicaba que él no había sido el único que había vivido una noche melancólica.


Palpó de nuevo su mesilla, hasta hallar su reloj de pulsera. Comprobó con horror que pasaban de las once y media. Como una exhalación, saltó de la cama ignorando los cientos de esquirlas de cristal que se introdujeron en la planta de su pie. Sacó del armario una chaqueta de pana y unos pantalones baqueros. Rebuscó por todos los cajones del armario,  más no pudo encontrar una camisa limpia. Desesperado, corrió hacia el cesto donde guardaba la ropa sucia y seleccionó una camisa relativamente limpia. Tras ponérsela, agarró su cartera y las llaves de su coche. Introdujo también su móvil en el bolsillo, tras clavar su mirada en el un segundo, pensativo. Había estado a punto de abandonar la tarjeta en una gasolinera a miles de kilómetros de allí, tal y como había hecho con el aparato. Afortunadamente, la razón se impuso levemente aquel fatídico día. Por ahora su mente prudente y controladora hasta casi convertirse en una obsesión le había mantenido vivo durante varios años. Sin embargo, desde que se dejaba llevar por los impulsos, había estado a punto de morir varias veces. Pero aquello no pareció importarle, todo lo que hubiese pasado en su vida anterior, antes de la llegada a su mesa de aquellos informes, era completamente irrelevante. 


Bajó las escaleras corriendo, mientras hacía auténticas maniobras de contorsionista para ponerse la chaqueta. Por el camino se encontró con Ramires, quien le saludó, con clara intención de pararse a charlar. Julián lo evito, nada ni nadie podía frenarle. Tras alcanzar la puerta de su coche y meter la llave en el contacto, miró de nuevo la hora. Faltaban veinte minutos, debía darse prisa. Presionó el acelerador y subió de marcha.


Mientras conducía, pensaba en que decirle a su mujer. No era fácil, pues sabía que a día de hoy era mucho más lo que les separaba que lo que les unía. En realidad, seguía sin encontrar una razón lógica a por qué quería seguir con ella. Simplemente era su mujer, y la palabra de un cura en nombre de un dios en el cual ninguno de los dos creían era suficiente para mantenerles unidos. Pero al menos, ya no se lo replanteaba. Aunque difícil es determinar si aquello era bueno o malo.


El ruido ensordecedor del motor de su viejo coche ya no le molestaba. La resaca había cesado de pronto, sepultada bajo toneladas de esperanzas. La montaña rusa de los sentimientos estaba abierta de nuevo. No hubiese sido difícil que se chocara, ya que su mente estaba muy lejos de aquella autopista. Así fueron pasando los kilómetros, hasta alcanzar el esperado Km. 67. En este, una salida tras la cual se alzaba un bar. No era el lugar perfecto para una reconciliación, pero sí lo bastante discreto como para asistir a una sonora discusión.


Aparcó junto a un camión, único vehículo estacionado en el parking. Su olfato de detective, único sentido que seguía intacto tras abandonar su puesto de trabajo, le advirtió de que el coche de su mujer no se encontraba allí De ello surgían dos teorías, o bien había pasado la noche allí, o bien le llamaba para contarle que se había fugado con un camionero. Naturalmente, la segunda no tenía en sus pensamientos más allá de la mofa.


Tras observar los exteriores, se dispuso a entrar. Tal y como había imaginado, el bar estaba vacío. Tan solo un par de camioneros situados en una mesa junto a la puerta y una molesta mosca que surcaba el extrañamente caluroso aire rompían el silencio. Al fondo, una mujer cuyos largos cabellos le eran familiares. No era un sueño, ella estaba allí. 


Aceleró el paso mientras ocultaba la enorme sonrisa que amenazaba con asomarse de entre sus labios. Jugar con las cartas ocultas en la mano era algo que nunca se le había dado bien. Pero debía arriesgarse, el premio merecía la pena.


Tras sentarse en la mesa, ambos conservaron el silencio durante unos segundos. Sus miradas podían hacer en un segundo lo que sus cuerdas vocales tardaban años en explicar sin dolor. Pero al fin, el se decidió a hablar.


-Cariño......


-No. Déjame hablar a mi. Tengo algo que decirte, me equivoqué.- Su mujer hablaba despacio, buscando con sumo cuidado las palabras perfectas.


-Todos lo hacemos.-Dijo Julián, dispuesto a olvidar el pasado y comenzar una nueva etapa junto a su esposa.


-Debemos empezar de cero, lejos de todo esto. Reconozco que me impactó cuando me confesaste que perteneciste a los GRAPO. Y más aún que no me lo hubieras dicho. Pero todos cometemos errores, y...


-Eso no fue un error.- Le corrigió Julián


- ¿Como dices?


-Pertenecer a los GRAPO no fue un error. Lo dejé cuando comenzaron a matar gente inocente. Si  he de arrepentirme de algo, lo haré de los años que pasé trabajando sin saberlo para el enemigo.


-¿El enemigo? ¿De que hablas? Da igual, no me importa, vayámonos juntos, huyamos, olvidémonos de este mundo repleto de injusticias.


-Lo siento pero no puedo. Admiro tu cinismo, pero soy demasiado consciente como para olvidarme de todo. El estado para el que estuve trabajando financia grupos fascistas, eso es tan obvio como cierto. ¿Cuantas vidas de niños pequeños, inocentes, estaría segando si ahora me fuese contigo?. Créeme que no lo hago por gusto, daría lo que fuese por haber nacido en otro planeta, en un lugar en el que no tuviera que preocuparme por la vida de gente que ni tan siquiera conoceré nunca. Pero eso no lo podré cambiar, de modo que no, me quedo.


-Está bien... no quería hacer esto, pero deberás decidir entre esos hombres que a punto estuvieron de matarnos y yo.


-¿Elegir? Escucha, te prometo que en breve lo dejaré. La victoria está cerca, tenemos un plan, pero debemos tener cuidado. Dame seis meses, solo seis meses- Le rogó Julián


-No tengo ese tiempo, por favor quédate- Le suplicó su mujer,poniéndose de rodillas sobre el mugriento suelo mientras rompía a llorar.


Como respuesta, Julián se levantó de la silla sin despedirse, recogió la chaqueta y dio media vuelta. Odiaba admitirlo, pero aquello había sido una pérdida de tiempo, su mujer no estaba dispuesta a ceder absolutamente nada. Mientras se alejaba, por sus mejillas comenzaron a caer silenciosamente regueros de lágrimas.


Pero cuando se dirigía hacia su coche, los dos camioneros que hasta aquel momento dialogaban tranquilos, se pusieron en pie. 


-Disculpe..... ¿puede dejarme pasar?-Dijo cortésmente Julián, con la voz quebradiza debido al sollozo que amenazaba con brotar de su garganta.


-No


-¿Disculpe?


-He dicho que no pasará- Dijo uno de los hombres, al tiempo que apuntaba un cañón contra el pecho de Julián. Ambos se miraron a los ojos. Julián pudo observar la tranquilidad en los ojos de aquel hombre, que no se inmutaba pese a estar empuñando una 9mm contra el esófago de una persona.


-¡No le hagas daño!- Gritó su mujer, abalanzándose contra el pistolero con la furia de una leona 
Edefendiendo a sus cachorros. 


Sin embargo, aquello no fue suficiente para desestabilizar a un hombre de metro noventa y expresión asesina. El hombre se sirvió de su brazo izquierdo para desviar el cuerpo de la mujer contra la esquina de la barra, tras la cual se postulaba un asustado camarero.  Calló contra la barra, con tan mala suerte que su cabeza fue a impactar contra la esquina, lo que le causó una brecha en el cráneo. Cuando llegó al suelo, yacía ya inconsciente. No obstante, aquel acto de arrepentimiento le había proporcionado a Julián el tiempo necesario como para echar a correr cara al almacén del bar. Cerró la puerta tras de sí y al fondo contempló una luz tenue. La siguió, rezando para que fuese una salida. Tras de sí comenzó a escuchar como los dos hombres aporreaban la puerta de metal, que por el momento resistía. 


La luz se fue haciendo cada vez más grande y potente. Julián apuró el ritmo, con el corazón en un puño. Giró la esquina y contempló como sus esperanzas morían, fruto de un engaño de su propia mente. La luz que bañaba el almacén provenía de una pequeña abertura situada a ras del suelo, de apenas un par de centímetros de anchura.


En ese momento el sonido de un disparo azotó la estancia. Habían abierto fuego contra la cerradura de la puerta, y esta irremediablemente había cedido. Julián corrió a esconderse tras unas cajas y permaneció allí, inmóvil ,  sintiendo como el pulso se le aceleraba con cada paso de sus perseguidores, con la frente envuelta en sudor. Permaneció oculto cual vietnamita, oyendo a su alrededor sus pisadas. Rastreó con la mirada los alrededores, en la procura de un arma. Por fin, en una de las cajas entre las cuales se había situado, halló un cuchillo jamonero. Aguardó hasta que el primero de los hombres estuviese delante suya, y atacó. Con las manos empapadas en sudor, se abalanzó sobre él directo a la yugular. El cuchillo atravesó uno a uno todos los tejidos de su cuello, al tiempo que un chorro de sangre comenzaba a brotar de la abertura provocada por el cuchillo. 


El hombre, negándose a morir así, dirigió la pistola hacia atrás y disparó tras veces. Obviamente, ninguna impactó contra Julián, pero el barullo provocado por el arma había alertado al otro caminero, que debía estar realmente cerca. Cuando el hombre se quedó paralizado, víctima de la falta de oxígeno, Julián agarró su pistola y comprobó el cargador.Tres balas. Sacó una del cargador y se la introdujo en el bolsillo. A continuación, se dirigió hacia la entrada.


De esta le separaba ya tan solo el pasillo central, el cual estaba custodiado por el camionero con el que había estado hablado antes. Julián agarró una lata de cerveza, y la tiró con fuerza cara al otro extremo del pasillo. El hombre, alertado, giró la cabeza. En ese momento el aprovechó para jugárselo todo a una carta.


Y durante una milésima de segundo, sus miradas se cruzaron. Pudo observar su rosto, en el cual ya no se mostraba indiferencia y frialdad, si no ira, salpicada con algún toque de pánico. Durante una milésima de segundo pudo observar como empuñaba el arma ladeada. Pudo observar su sonrisa, sus ojos... definitivamente, aquel hombre no podía ser humano. Julián se habría atrevido a afirmar que incluso había disfrutado persiguiéndole.


Tras atravesar la puerta, halló a su mujer, semiinconsciente y con la mirada perdida. De si frente seguía floreciendo la sangre. Rápidamente, la cargó a sus hombros y siguió corriendo cara a la salida.
A su espalda, el hombre recargó su arma y realizó tres disparos con Julián como único objetivo. Los dos primeros herraron. El tercero en cierto modo, también lo hizo. Pero tras impactar contra el extintor, revotó directamente en su pierna.


Julián se calló, retorciéndose de dolor. Sin tiempo para colocarse de nuevo a su mujer, se irguió y comenzó a correr como pudo. Tras alcanzar el extintor, lo abrió y roció con este a su perseguidor. Acto seguido, precipito la bombona contra el suelo y siguió corriendo. Con el corazón en un puño y exhausto, al fin alcanzó su vehículo. Metió la llave en el contacto y aún tuvo el dudoso placer de comprobar una vez más la efectividad de ese hombre con las armas cortas.  Su retrovisor se partió en mil pedazos.


Su mujer le había vuelto a mentir. Y una vez más, había estado a punto de morir por su culpa. Pero aún así, por alguna extraña razón que cada vez se le hacia más complicado comprender, aún la quería. Por ello no lo dudó cuando la vio tirada en el suelo. Por ello no dudo tampoco en aquel caserón, cuando le dispararon.


Conforme se alejaba, sus pulsaciones recobraban sus índices normales. Pero su cerebro, tras asumir de nuevo el mando, se mostraba confuso. No lograba entender quienes eran aquellos camioneros, y que pintaba su mujer en todo aquello. La idea de que hubiese sido todo una trampa la resultaba aterradora,casi tanto como la de haberle dicho a su mujer el último adiós.

sábado, 12 de mayo de 2012

Memorias de un Fusilado ya es obra registrada

Al fin, Memorias de un Fusilado cuenta ya con su propio ISBN por lo que es una obra oficial.
El lanzamiento se espera para mediados de Septiembre de este año

martes, 1 de mayo de 2012

Capítulo 34: Diosas de la revolución

Javier recobró el conocimiento sobre una incómoda silla. Ante él, una mesa sobre la cual se situaba un vaso repleto de agua y un jugoso filete. Estaba hambriento, pero las correas que ataban sus manos a la parte trasera de su asiento imposibilitaban cualquier intento de alcanzarla. Miró a su alrededor. La estancia, de paredes descorchadas y sin ningún hueco por el que la luz natural pudiese acceder, le recordaba peligrosamente a la cárcel. ¿Le habían vuelto a encerrar? ¿había fracasado el levantamiento?. Comenzó a rememorar las últimas 24 horas, con el fin de dar respuesta a esas y a otras preguntas que rondaban su cabeza en aquellos momentos.


Pero no encontró nada. Su memoria parecía volverse borrosa desde el momento en el que entró junto a aquel hombre en la celda. Pensó que quizá se debiese a un mecanismo de defensa, una forma natural de evitar los traumas, una censura natural. Pero siguió recapacitando, buscando algún detalle que le indicas su ubicación. Lo único que recordaba era la penetrante mirada del hombre que le puso contra la pared. Le quemaba cual fuego griego cada vez que intentaba abrirse paso por sus recuerdos.


Entonces tuvo un fugaz recuerdo, un gesto, una mirada a través de un pasamontañas. Y en el extremo del brazo de aquel hombre, un spray. Ese era su último recuerdo, ahora lo veía todo más claro. Cuando comenzaron los disparos, él había comenzado a correr en busca de una salida. Cuando aquellos hombres le vieron, levantaron el fuego que hasta aquel momento mantenían con los guardas de la prisión y se concentraron sólo en capturarle. A él.


¿Quienes eran aquellos hombres?¿Que querían de él? En contra de lo que había supuesto, recordar los acontecimientos sólo le había servido para tener más dudas. Pero mientras intentaba recomponer mentalmente un puzzle al que le faltaban la mayoría de las piezas, fue interrumpido por el chirrío de la puerta metálica  abrirse.


Tras esta, apareció un hombre con uniforme militar, el cual estaba decorado con varias insignias, acompañado por dos escoltas. El hombre les indicó que esperasen fuera, y acto seguido, cerró la puerta, quedándose a solas con Javier.


Él comenzó a sudar. "Demasiadas similitudes con lo que ocurrió en la cárcel", pensó.El cuarto estaba en penumbra, con lo que apenas pudo observar al hombre trajeado una vez éste hubo cerrado la puerta. Pero al menos, estaba seguro de que no era el carcelero que había abusado de él, lo cual significó un gran alivio.


El hombre llevaba un maletín en cada mano. Pero Javier se fijó casi únicamente en el que colgaba de su mano izquierda. Avanzaba balanceándose, siempre en favor de dicho paquete, protegiéndolo con una delicadeza casi maternal. Cuando alcanzó el otro extremo de la mesa en la que Javier se situaba, posó el maletín con sumo cuidado sobre el suelo y, acto seguido, tomó asiento.


-¿Que tal está su ruso? - Preguntó el hombre mientras encendía un pitillo.


-Bien. Nací...nací  allí, aunque hace al menos diez años que no hablo...- Respondió Javier, desconfiado


-Lo sé, y me alegra comprobar que usted también lo recuerda todavía. Ese  gas que le rociamos aún es experimental. No teníamos la garantía de que no fuese a sufrir daños cerebrales.


-Supongo que no me ha traído hasta aquí solo para probar un somnífero gaseoso, ¿no es así?


-Obviamente no, tenemos una misión para usted.


-¿Tenemos? Si voy a hacer algo turbio, me gustaría saber en nombre de quien lo hago.


-Desde luego.-El hombre sacó un tablero de ajedrez de uno de los maletines y fue colocando  con precisión cada una de las 32 piezas. Mientras lo hacía, continuó hablando, indiferente a la pregunta que Javier le había hecho-  Él ajedrez, juego complejo donde los haya, ¿no le parece?. Lo inventaron los indios hace 14 siglos y aún hoy sigue usándose como terreno para explicar complejas tácticas militares.  Peón a D4


-¿Pretende que juegue con las manos atadas?- Dijo Javier, intentando liberarse de las ataduras que le estaban cortando la circulación


-Moveré yo por usted. Hagamos un trato. Si gana, le libero.


-¿Y si pierdo?- Preguntó Javier, desconfiado.


-Hará lo que yo le pida.


-Me parece un trato demasiado abusivo, pero me parece que lo hace por mera formalidad. En realidad, no tengo otra opción, ¿no es así?


-Es usted un terrorista de extrema izquierda en esta nueva Rusia. A muchos les han volado la tapa de los sesos por mucho menos. Si quiere conservar la vida me temo que sí, esta es su única opción.


-Comprendo. Caballo a F6


-Peón a C4


-Peón a G6


-Defensa India. Veo que conoce bien este juego ¿no es así?


-Lo que veo es la clase de persona que es usted. Apuesto lo que quiera a que ahora iba a mover ese peón -Javier señaló con la mirada la pieza que el hombre ya sostenía entre sus dedos- a G3. Suiza, 1982. Kasparov contra Korchnoi. Eso le delata, usted opina que cuando las cosas funcionan, no deben cambiarse. Es usted un general que resiste desde la época soviética. Planea recuperar el país, salvarlo de las garras de Putin. Lo que no comprendo es para que me quiere a mi. Acabo de ser traicionado por los mismos comunistas con los que usted lucha en Brasil. Por ello, descarto la posibilidad de que me eligiese a mi por entrega y habilidades. Dejémonos de jueguecitos y dígame que hago aquí.- Dijo, manteniendo pese a la frialdad de sus palabras un  tono asombrosamente  parsimonioso.


El hombre se quedó boquiabierto. Tardó varios segundos en asimilar aquel golpe, aquella forma descarada con la que Javier le había arrancado todas las cartas de la mano. Durante esos segundos aguantó, como le habían enseñado, con su mirada impenetrable clavada en el horizonte, con el objetivo de no delatar el tremebundo fracaso de su plan de acercamiento.


-Ahora ambos jugamos a mano descubierta. Si le parece, podemos continuar jugando mientras hablamos. Ahora que he descubierto el elevado límite de sus conocimientos ajedrecísticos , estaría dispuesto a renunciar a todo por jugar con usted.- Habló al fin, emulando a Javier al mantener el tono despreocupado.


-Hace bastante que no juego. Acepto, siempre y cuando la apuesta siga en pie. Estas jodidas correas están cortándome la circulación.


La partida continuo mientras Javier terminaba de desmantelar la defensa que el hombre había planteado mediante el desconcierto inicial.


-Me temo que aún no me he presentado. Soy Stravva, Piotr Stravva. Soy uno de los pocos, si no el único comunista que sigue trabajando para los servicios de inteligencia de Rusia, gracias a mi condición de militar. Mi objetivo era el de repatriar a un fascista que había sido capturado por lo comunistas en Ucrania. -Piotr sacó unos papeles del interior del mismo maletín de cuero marrón del que anteriormente había sacado el ajedrez.


Javier pudo observar que el otro maletín, el que más cuidadosamente había tratado en todo momento, seguía completamente cerrado. Sin embargo, Piotr lo miraba de reojo nerviosamente cada vez que un leve ruido invadía el cuarto. No se atrevió a preguntar que oscuros secretos ocultaban la simple envoltura de cuero de imitación que constituía aquel maletín.


-Este hombre.- Le dijo mientras le extendía una de las hojas, la cual contenía una ficha detallada de su actividad reciente-Se llama... o se llamaba Sergei Kuznetsov, encargado de la toma de Ucrania.




-¿Y yo que pinto en todo eso?- Le interrogó Javier




-Mucho. Vea una foto suya.-Le extendió otro folio, el cual consistía tan solo en una gran fotografía situada en el centro. En la imagen, se veía estrechándole la mano a Putin a un hombre exactamente igual a Javier.




-Es....-Javier no podía hablar, estaba aturdido. Nadie espera darse cuenta un día de que tiene un doble en el mundo y que ese doble se encarga de organizar misiones paramilitares de una banda fascista armada.



-Exactamente igual a usted.


-¿Y que debo hacer exactamente?-Preguntó Javier, decidido.


-¿Que sabe usted de Valkiria?


-Supongo que no se refiere a las servidoras de Odin, ¿no es así?


-Obviamente no. El hecho es que en este hombre está invitado a la reunión que mantendrán la semana que viene los principales líderes del bando fascista. Imagíneselos. Todos juntos, en una sala de apenas 15 metros cuadrados. Bastarían 5 kilos de explosivos para acabar con todo. Una vez muerto Putin, siguiendo la constitución rusa tendrían que convocarse elecciones. Ganaríamos sin dudarlo, ya que observadores de diversas nacionalidades estarían presentes en el recuento, con el fin de calmar las ansias tras el golpe.


-Ya. ¿ Y como tendré la certeza de que ese hombre no va a volver? Después de todo, fíjese que fácil ha sido "fingir" mi liberación.

-Ya nos hemos encargado de ese hombre.  Digamos que sufría algún tipo de indigestión de cara al ácido clorhídrico- Dijo Piotr, mientras dejaba escapar una sonrisa macabra.

-¿Cual es el plan?

-Derrotar al líder contrario es muy difícil desde fuera.- Dijo Piotr, quien se encontraba ya a un par de movimientos de la derrota en la encarnizada partida de ajedrez- Pero sin embargo, si por alguna razón fuese alguien de su propio bando quien lo hiciese...- Agarró la torre, situada a la izquierda del rey tras el enroque, y la zarandeo hasta que con ella consiguió tirar de un golpe al rey de Javier- Jaque Mate.

-Comprendo. Entro en la reunión como si fuera ese tal Sergei, dejo el explosivo y me voy tras hablar lo menos posible para no levantar sospechas. El explosivo se activa y.... ¿después que? ¿que será de mi?

-Una vez tengamos de nuevo el estado ruso en nuestro poder, habrá medios de sobra para recompensárselo. Quizá más que dinero, prefiera que limpiemos su ya de por si turbio historial. Eso ya se acordará más adelante. 

-¿Y como está tan seguro de nuestra victoria en unas supuestas elecciones?

-Las elecciones serán celebradas por el ejército, en el cual, al contrario que en el ejecutivo, aún somos mayoría. Además, los observadores nacionales estarán a nuestro favor. Hace tiempo que Rusia se ha quedado sin más aliados que la turbia y empobrecida Siria, la cual no será un problema.

-Y si, como dicen, siguen siendo mayoría en el ejército, ¿por que no dan un golpe de estado?

-En un golpe de estado, es el gobierno golpista quien debe dar todo tipo de explicaciones. Debe decir quien ha apoyado el golpe y purgar a quienes no lo hayan hecho. Causa división en el pueblo y desconfianza en las demás naciones, quienes deben elegir entre perder credibilidad en sus comunicados por apoyar primero al gobierno de Putin y luego al golpista, o condenar el golpe y correr el riesgo de entrar así en una estúpida guerra tapadera. Sin embargo, un atentado puede deberse a un grupo terrorista checheno o incluso a la mafia rusa. El estado les echa la culpa a ellos, quienes lo niegan, o se aprovechan de la situación, encarcelamos de por vida a un par de jóvenes cuyo único delito era estar en el lugar inadecuado en el momento justo y listo.

-Comprendo. ¿Y donde está ese explosivo del que tanto habla?

-Aquí - Dijo Piotr, señalando al segundo maletín. 

Lo puso encima de la mesa y, con sumo cuidado, abrió aproximadamente medio centímetro de la cremallera, lo que fue suficiente para que Javier comprobase a ciencia cierta y con espanto su contenido. Allí debía haber por lo menos 7 kilos de algún tipo de explosivo.

-Es amonal. Suficiente como para reventar el ala norte del kremlin.- Continuó Piotr ante un atónito Javier, que observaba boquiabierto lo fácil que es interrumpir una vida. "Demasiado fácil" pensó.

-¿Como lo haremos?-Respondió Javier tras regresar en si mismo.

-Querrás decir como lo harás.- puntualizó Piotr- Te dejo que improvises. La reunión es el lunes que viene a las 6p.m.  Solo te digo que la bomba tiene seis cables que conectan el temporizador al detonador. Si vas a rajarte, más vale que seas preciso por que si uno de esos cables se desconecta antes de tiempo..... explotará. Una última cosa, procura que cuando el temporizador que ahora marca 518400 segundos indique "0" la bomba esté en el lugar correcto. O al menos... lejos de ti. Y de mi- Dijo Piotr, enseñándole disimuladamente el revólver de gran calibre que llevaba colgado en su pistolera.- Ahora acompáñeme, querrá descansar


- Una última pregunta, ¿como se que no es una trampa?.-Preguntó Javier, quien seguía desconfiando de aquel hombre.


-No lo sabe, y dudo que nunca lo sepa. A decir verdad, ni tan siquiera soy comunista, tan solo un hombre con un peligroso amor por el dinero. 


-¿Debo confiar en un mercenario?


-Debe sobrevivir. Y soy yo quien tiene el arma. Así que no me toque los cojones. Acompáñeme, como ya he dicho, supongo que estará muy cansado.