miércoles, 18 de julio de 2012

Capítulo 41: Que hace una chica como tú


Sara comenzó a escribir, impulsada por la musa de la literatura. Escribía algo. Algo indeterminado, frases al azar, lugares en los que nunca estaría. Era algo de eso no había duda, aunque aún no pudiese distinguirse el que. Sus dedos se deslizaban sobre el teclado al ritmo del halo de vida que el propio texto irradiaba.

La visión podía resultar un poco estrambótica. Ella, con los ojos iluminados ante la pantalla de su portátil, tecleando con admirable rapidez todo aquello que la musa le susurraba. Él, recostado sobre la barra a medio metro de distancia, maldiciendo por lo bajo todo aquello que pudiese haber influido mínimamente en su desdichado presente. No hablaban, pero de vez en cuando se dirigían mutuamente indiscretas miradas que lo decían todo. "No pintas nada aquí" podía leerse en ambas. Entonces comenzó a sonar "que hace una chica como tú". Ella emitió una carcajada. Él, normalmente racional y lógico, lo interpretó como una señal.

-Sinceramente, no es usted el tipo de mujer que esperaba ver por aquí- Se decidió, al fin, a decirle.

-Gracias, supongo. Tú tampoco vienes demasiado.

-¿Ah no? ¿como lo sabe?- Preguntó él, extrañamente relajado.

-Los ojos. Son el espejo del alma, ¿Sabe?

-¿Si? ¿y que ves en los mios?- Respondió, juguetón.

-A un hombre que ha perdido el norte. Mire su dedo -dijo mientras acariciaba cuidadosamente su mano- aún puede notarse la marca de su anillo. Una relación larga que, por lo visto, no salió bien. ¿Que fue lo que os pasó?. Pareces el típico hombre engañado, pero... no, no es eso lo que te ha traído por aquí. Quizá incluso ya lo intuía, y sin embargo, no le importó. Pero debió pasar algo....

-No está mal, para un caso tan excepcional como el mio.

-¿Que tiene de excepcional?

- Desde hace seis meses mi mujer se ve con un ucraniano, Victor, creo que se llama.  Discutimos y se marchó. Estaba convencido de que se habría ido a Ucrania con él, pero no era así. Decidí volver, pero fui víctima de un gas que posiblemente usted ni siquiera conozca. Ras regresar a España, ella me condujo hasta una especie de gasolinera, donde dos hombres esperaban para darme una paliza. Conseguí huir de allí, dejando a mi mujer tirada en el suelo y con la duda de si me quería. De eso hace una semana.

-Parece muy interesante, tu vida...

- Julián. Bebo para olvidar, supongo que eso habla por si sólo.

-Brindo por eso. No te preocupes, todos tenemos algo que ocultar, un secreto inconfesable.

-¿Cual es el suyo...?

-Sara, Sara Fernández.  Acaban de diagnosticarme cáncer de pulmón. La quimioterapia no está respondiendo y van a tener que operar. Escribo para dejar mi huella si....si algo saliese mal. Pero dime, ¿quien eres?- Dijo ella bruscamente, intentado cambiar de tema para evitar deshacerse en sollozos delante de aquel hombre.

-Lo cierto es que es una muy larga historia- Respondió él.

.-Todas lo son. He oído muchas historias. A menudo comienzan con "fue un error" o "estaba borracho"

- Esta comienza con un arma apuntándome a la cabeza.

-¿Y tiene un final feliz?- Preguntó ella, ingenua.

-El final aún no está escrito, pero algo me dice que todo ha de acabar como empieza. Morimos como nacemos, desnudos y solos.

-¿Pero no temes a la muerte?- Preguntó Sara, más pendiente de su fatídico problema que de los ataques de nostalgia de su compañero de madrugada.

-¿La muerte? me ha visitado tantas meses este mes que creo que cuando falte la añoraré- Dijo Julián, haciendo gala de un fatídico humor negro que, sin embargo, tuvo un efecto esperanzador sobre Sara- A fin de cuentas, tan solo es la suerte con una letra cambiada.

Ella sonrió de nuevo, aquel hombre comenzaba a desviar su atención. Apenas se percató de que su ordenador se quedaba sin batería. En aquel momento la interconexión de sus neuronas les aislaban del resto del mundo. Junto a él se sentía en el lugar que llevaba meses buscando, hasta desistir exhausta.  Allí donde no necesitaba quimioterapias ni operaciones. Allí donde su mente volaba sin los lastres del pasado. Eran completos desconocidos, y al mismo tiempo, tenían la sensación de haber perdido una ya inconcebible vida separados.

-¿A,si? ¿A que te dedicas, "Rambo"? 

-Podría decirse que soy... policía.

-"Podría decirse". Con lo cual, no lo eres.- Apuntó ella

-Algún día le fui. Inspector de policía de la provincia de la Coruña.

-Parece ser un buen puesto... uno de esos que no se dejan escapar fácilmente- Dijo ella ,con ánimo pero sin convicción de que querer saber más cosas sobre él.

-Conocí una vida mejor, más bien, me reencontré con ella. 

-Y  en esa vida no entraba su mujer, ¿no es así?- Se aventuró Sara

-Efectivamente, a veces en la vida hay que dar giros bruscos para que la corriente no te arrastre hasta las rocas.

-Brindo por eso- Respondió Sara, cuya sonrisa era ya indisimulable

Levantaron las copas, y con ello, las miradas, que rompieron de pronto el vínculo  que entre ambas se había establecido y les permitió cerciorarse de que el bar estaba ya vacío. Se introdujeron la copa en la boca. Él se dijo, citando a Sabina, "cuidado chaval, te estás enamorando·. Ella rió de nuevo. Podía ser alcohol, pero él lo relacionó con una droga mucho más peligrosa: El amor

La miró de nuevo. Debía tener unos cinco años menos que él. Morena, lucía un largo pelo negro y suaves manos, ojos oscuros y una boca cuyos labios más que "te quiero" parecían decir "hazme tuya" . La joya de la corona, custodiada por dos largas y esbeltas piernas rematadas en unos sonados tacones color azul oscuro.

Y antes de darse cuenta, mientras su mente continuaba perdida por los oscuros recónditos de su cuerpo, encontróse conduciendo hacia su casa, con ella a su lado, recostada exageradamente en el asiento.

Cuando llegaron, maldijo por lo bajo la ceguera de cupido, al tiempo que le desabrochaba con la boca el sujetador.

Comenzó a recorrer cada ápice de su cuerpo, introduciéndose en cada oscuro lugar que colaboraba a hacer de su dueña una atrayente y exitosa mujer.

Tiempo después, fue la boca quien recalcó los senderos que los dedos habían abierto con pasión minutos antes, descendiendo por las caderas hasta situarse en la negrura de sus piernas. La saliva se mezcla, el sudor fluye libremente por sus cuerpos. Gritos desgarradores invaden la sala, mientras sus mentes comunican todo aquello que ni una mirada soportó.

Y después, sólo silencio

lunes, 16 de julio de 2012

Capítulo 40: Él ya no estaba allí

Una semana después



El hombre caminaba agitadamente por los pasillos del hospital. Todavía podía oírse al fondo del pasillo el sórdido y continuo pitido de la máquina de constantes vitales. El sudor corría a chorros por sus mejillas, al tiempo que el corazón comenzaba a incrementar desorbitadamente su ritmo. A cada persona que pasaba por su lado, le dedicaba una mirada indiscreta, mientras se apretaba las manos para no salir corriendo. Él no era un asesino. Al menos, antes de aquel día. Pero ahora las cosas eran bien distintas.


Aguantó el sollozo hasta el instante en el que atravesó la última puerta del hospital. Rápidamente, rebuscó en su bolsillo el paquete de cigarros. Una vez lo hubo cogido, aguardó mientras le dirigía una profunda mirada. Algo resignado, sin saber como apaciguar los nervios, comenzó a andar calle abajo, al tiempo que encendía un cigarrillo. Se lo puso entre los labios, pero fue incapaz de darle una calada. En cualquier otro momento habría sido verdadera medicina. Pero no ahora. Tiró el cigarrillo al suelo, y tras echar un instante la vista atrás prosiguió andando.


No quería serlo, habían sido aquellos cabrones quienes le habían forzado. Y todo por su familia, ya no sabía que más hacer. El dinero era muy prometedor, sobretodo en una crisis como la que estaban viviendo. Se disculpó, sabía que ver a sus hijos rebuscando en la basura del supermercado había sido ya bastante excusa para delinquir. Era por ellos. No quería un coche nuevo, ni una casa. Quería comer. 


Hacía tres meses que le habían despedido, y desde entonces, las cosas habían ido a peor. Les habían desahuciado por impago, habían tenido que rebuscar como ratas en los cubos de la basura, y ahora él, pese a haber estudiado arquitectura, estaba al borde de la cárcel. Por que le pillarían. ¿Como había podido ser tan sumamente estúpido?. Ahora las cartas estaban echadas. 


Afortunadamente, una cosa jugaba a su favor. Los alertantemente confiados hombres le habían pagado por adelantado, con lo que ya tenía el dinero en su bolsillo. Y un montón de información comprometedora, de los tres meses que estuvo trabajando para ellos sin imaginarse que "el golpe final" sería un asesinato. 


Se dirigió al humilde albergue donde habían sido acogidos. Cogió un trozo de papel, y comenzó a escribirle una nota a su mujer.  Firmó con lágrimas, era imposible ya retenerlas. La carta finalizó con un "lo siento". Dejó el dinero oculto bajo la nota, y salió antes de que nadie pudiese verle. Ahora tenía claro lo que quería hacer. Se percató de que aún tuviese en el bolsillo la pistola. Ahí estaba, junto a los documentos. Echó a andar hacia el centro de la ciudad. A su alrededor, cientos de personas se movía ajetreadamente. No así él, puesto que tenía claro que poco podía ya hacer. Con una tranquilidad asombrosa recorrió las céntricas calles de A coruña. Pasó su mano por las paredes, despidiéndose de aquel lugar. Fuera como fuese, no lo volvería a ver. 


Evitaba pensar en su familia, no obstante, era imposible evitar que de vez en cuando una lágrima surcase su cara. Apenas se molestaba en secárselas, él ya no estaba allí. Cuando el fin es cuestión de tiempo, pierdes la percepción de ti mismo como persona. En aquel momento él andaba por inercia, caminando sórdido por los suelos de concreto, rumbo a su destino final.


Alcanzó la iglesia pasadas las tres. Era un hombre devoto, sabía que debía arreglar ciertos trámites antes de.... despedirse. Aún no había recapacitado sobre lo que aquello suponía. Pero debía hacerlo. No podía seguir sufriendo de tal manera. Había echo por otros lo necesario, ahora podía hacer algo por él, aunque fuese de manera tan trágica.  Atravesó el portal de la iglesia con aires de arrepentimiento. Se dirigió a una de las cabinas.


-Perdóname señor he pecado.-Dijo él
- Todos lo hacemos. Es difícil seguir la rectitud de la fe. Dígame, ¿en qué a pecado?
-He matado a una mujer, en el hospital. Lo he echo por dinero, lo necesito... es para mi familia - prosiguió tras secarse las lágrimas.
-Eso es pecado mayor, no puede solucionarse con un rezo. El señor no mata.
- Usted mismo ha dicho, todos pecamos. ¿No crucificaron a caso los romanos al señor Jesucristo?
- Pero no todos tenemos su fortaleza. Deberás conseguir el perdón de su familia para ascender limpio al cielo. 
-Gracias padre. Pero eso no podrá ser.


Se levantó sin darle tiempo a que contestase. Salió de la iglesia, y aún en la pequeña plaza donde esta estaba situada, se arrodilló. Sacó tembloroso la foto de su familia del bolsillo, y la contempló, pasando el dedo sobre cada uno de sus rostros. Estalló a llorar, sabía que el momento se acercaba. Sacó la pistola y se cercioró de que nadie se hubiese alertado. Se introdujo el cañón en la boca y apretó el gatillo. Por un instante, mientras la bala atravesaba uno por uno los tejidos de su garganta. se arrepintió. Pero ya era tarde.


El eco del disparo resonó sobre el ruido de los coches en todo el centro de la ciudad. La gente dejó de caminar agitadamente, ahora se agolpaban para contemplar aún con desdeña a un "fracasado" como muchos le llamaron. Ropas delineadas y un rostro repleto de ojeras. El cura no se sorprendió al escuchar el disparo. Sabía quien era y que, tarde o temprano, escogería el camino fácil. Le había dedicado multitud de rezos, pero eso no bastaba para hacerle encontrar el camino. "Al menos ya no está perdido" se dijo.


Comenzaron a oírse sirenas de la policía. Alguien los había alertado cuando el hombre aún estaba vivo. Pero habían llegado tarde. Aparcaron el coche junto al bullicio, y se abrieron paso entre la multitud hasta situarse junto al cadáver. El policía puso de cuclillas sobre el cadáver. Cubrióse la mano con un guante, y recogió la foto de su familia: estaba empapada en sangre. 


Otra muerte que no saldría en las noticias, sepultada por el último triunfo del Barcelona o un nuevo caso de corrupción. Así es la vida. A veces vamos demasiado rápido para pararnos a pensar en los resquicios de la humanidad. 


El policía introdujo su mano en el bolsillo de la chaqueta empapada en sangre. Sacó de esta los papeles que le habían costado la vida a aquel pobre hombre. Los leyó por encima y supo que debía quedarse aquellos informes. Se abstuvo de entregarlo en el cuartel. Si lo que ponía en aquellas hojas era cierto, comunicárselo a sus superiores sólo le traería problemas.

viernes, 6 de julio de 2012

Capítulo 39: No es tarde


Se despertó en medio de potentes redobles de tambor, nacidos de su propia indiferencia. Resaca, si abandonamos el tono poético. Avalanzóse sobre el reloj. Eran más de las 11 y media. Apenas faltaba media hora para que su marido acudiese a su propio entierro. Lo menos que podía hacer, era acompañarle a las puertas del cielo para desearle suerte. Se vistió tras ducharse, y descendió por las escaleras de caracol, uno de los escasos toques de "lujo" con los que contaba aquel cuchitril. Sentóse en una de las últimas mesas, sorprendiéndose  al contemplar la figura de un camarero que fregaba un vaso apoyado en la barra.  Tras sus pasos, por la misma puerta por la que ella acababa de acceder a la cafetería, aparecieron aquel par de hombres, que parecieron abandonar su acalorada conversación al ver a la chica.

-¿Y bien?- Le preguntó uno de los hombres, de mala gana.

-Tengan paciencia, seguro que viene- Le con testó ella.

-¡Precisamente lo que nos falta es tiempo,joder!- Intervino el otro hombre, harto de la incapacidad que estaba demostrando su compañero en los últimos días a la hora de intimidar a la mujer.

-¡No puedo hacer nada más!- replicó ella- le he pedido que esté aquí a las doce y estará. Esperen, solo les pido eso.

-Está bien. Pero más vale que no nos haga perder el tiempo, o esta vez no seremos tan permisivos- Respondió el segundo hombre, dejando entrever el cañón de su arma.

Los siguientes minutos contaron con un ambiente fácilmente rasgable por la hoja de un cuchillo. El reloj se negaba a acelerar su pausado pulso, y marcaba impasible, no solo resignándose a acelerarse si no también a detenerse por completo. Al fin, un coche igual al suyo de detuvo ante la puerta del establecimiento. Los hombres, cerraron las cortinas y se apresuraron a sentarse en la mesa situada junto a la salida del local, esperando la señal para intervenir.

Abrióse la puerta y en la cara del hombre que apareció tras ella pudo leerse la palabra resentimiento en cada ojera. Se le heló la sangre cuando se quedó mirando durante un instante que pareció interminable a los dos hombres que custodiaban la puerta. ´Por un momento creyó que él, echando mano de su olfato policíaco, había desmantelado la trama con una simple mirada. No estaba segura de si aquello hubiese sido bueno, pero el echo es que finalmente ni tan siquiera él logro sostener la vista ante aquel ogro de casi dos metros, vestido con un traje gris que le venía como un guante y con un ojo bizco.

Más eterno aún fue el esperado cruce de miradas entre ambos, alimentado por el echo de que quizá fuese la última vez. El mostró cara de arrepentimiento. Ella una sonriso frívola.  Pese a que nadie se atreviese a admitirlo, quizás aquello fuese amor no correspondido. Sin embargo, en las caras de ambos podía verse la alegría, aunque los motivos fuesen bien distintos, casi contradictorios. 

Sin poder desviar la mirada de sus hipnóticos ojos azules, quizá intentando aferrarse al último halo de amor que pudiese subsistir entre ambos, se limitó a mostrar una leve sonrisa que ni él mismo sabía que intentaba comunicar. Ella le extendió sus manos, negándose también a apartar sus miradas. Sus dedos se entrelazaron y comenzaron a hablar. 

Todo es bonito cuando no hay nada que decir. Quizá por ello nadie dijo nada, pese a que cinco minutos antes ambos tenían pensado unas cuantas cosas que debían decir antes de despedirse. En el discurso de Ana, quizá figuraba Víctor. En el de Julián, quizá su pasado en los GRAPO. Pero nadie se atrevió a tirar la primera piedra. ¿Que tal has dormido? preguntó al fin Ana. Una frase tan inocente, que sin embargo, desencadenó la hecatombe. Por que allá donde sus miradas no llegaban a entenderse, el amor se convertía en puro despecho. Arde Roma mientras Nerón toca la lira. 

Lo que había tardado diez minutos en iniciarse, acabó en tan solo un par. Ana se puso de rodillas ante su marido y comenzó a llorar. "Hazlo por mi". Julián intentó decirle algo, más le fue imposible. Consciente era ya de que cada vez que abría la boca, solo estupideces tenían cabida en sus incomprendidas cuerdas vocales. Limitóse a sacar un cigarrillo del paquete para reprimir su llanto. Acto seguido dio media vuelta y procedió a abandonar el local. Pero los dos hombres le interceptaron a la salida.

Ana lloraba, ahora ya sin reprimirse lo más mínimo. El camarero había huido cocina a dentro tras observar justo a tiempo la 9mm que uno de los hombres portaba en el bolsillo interior de su chaqueta. Julián, por su parte, aguardaba inmovil con el alma en un puño, mirando fijamente un punto indeterminado entre el arma y la cara de aquel hombre, sin atreverse a dirigir la vista hacia ninguna de las dos cosas, temiendo absurdamente que la pistola se disparase al percibir la pérdida de su atención.

En ese momento, todo se volvió confuso para él. Las últimas palabras que llegó a escuchar con claridad fueron "Jaque Mate". La última imagen, la de su mujer abalanzándose aún con lágrimas sobre las genuinas mejillas sobre el capturador armado. A partir de ese momento, desde el instante en el que el aquel asesino se ayudaba de su potente brazo izquierdo para repeler los ataques de la joven, la cual calló al suelo tras impactar con el cráneo contra la esquina de la barra, la adrenalina alcanzaba límites realmente insospechados y la memoria se vuelve borrosa.


Tras derrumbarse, le miró. Una nueva comunicación. Y esta vez podía jurar que no era alcohol "Uno de los dos debía morir. He sido yo" le decían sus ojos. Él aprovecho ese instante de confusión para echar a correr hacia el almacén. Ella comenzó a perder la vista. Estaba mareada y no logró mantenerse en pie. Se resignó a intentarlo de nuevo, e impulsada por los potentes mareos, dejóse caer lentamente sobre el frío suelo empapado de su sangre. Cerró los ojos y notó como su respiración se hacía más agitada. Aún llegó a oír como un rumor lejano el primero de los disparos que se efectuaron en aquel almacén. Pero ella ya había echo todo lo que podía por enmendar su error. Era tarde ya para represalias. Todos habían mostrado ya sus cartas, era la hora de la verdad.

Acto seguido, cayó en coma. Su cuerpo fue azotado por convulsiones durante algunos segundos. Pero logró estabilizarse, aferrándose al halo de vida que aún irradiaba incomprensiblemente su cuerpo.
 .

lunes, 2 de julio de 2012

Capítulo 38:Amor odio y alcohol

4 días después.


Ana manoseaba intranquila el teclado de su teléfono móvil. En la pantalla, la palabra "enviar" resaltada de un color fosforito, refiriéndose al mensaje que acababa de escribirle a su marido. Sabía que aquello que estaba apunto de hacer conllevaría su muerte. Pero si él no moría, sería ella el premio de consolación. Además, tras el puñetazo que le había destrozado el labio, en su corazón no era precisamente amor lo que latía en relación a Julián en aquel momento.


Por un instante, vaciló. La herida del labio no ardía tanto como su alma, salpicada por un cúmulo de sentimientos contradictorios que sin embargo, conseguían alinearse, causando sobre ella un efecto desolador.


Pero era la última llamada. El tren de la vida partía ya hacia el siguiente andén, y uno de los dos debía quedarse fuera.. Miró de nuevo por la ventana de aquel hotel que carretera, como esperando ver a lo lejos un milagro, algo que cortase su cautiverio consentido. Pero no había nada.


En aquel tramo de la AP9 el tiempo parecía correr más lento que en el resto del mudo hasta casi detenerse en medio de una ventisca de recuerdos traídos de los años 70, que hallaban fuerzas en la acorde decoración de aquel mugriento motel. Hasta las múltiples arañas que se guarecían en las esquinas del establecimiento parecían sentir como el tiempo se ralentizaba, puesto que habían claudicado en sus quehaceres. Nada se movía, las telarañas aguardaban inertes la llegada de nuevas moscas que hicieran valer su esfuerzo. El sol continuaba su lento descenso hacia los más santos lugares. La constante estática de la televisión fortalecía considerablemente la sensación de hermetismo. La hora del teléfono avanzaba minuto a minuto, y con ella, la barra que indicaba la batería restante de su teléfono disminuía a un ritmo constante, cerrando cada vez más el yugo que amenazaba con asfixiarla si no enviaba aquel mensaje.


Por un segundo, mientras ambos miraban como la luna se alzaba en el horizonte, se sintieron conectados. Él,  semiinconsciente sobre la barra de un bar cargando contra todo aquello que condicionaba su vida , negándose a aceptar la derrota emocional que acarrearía consigo el olvido. Ella, preguntándole a la luna por qué sus miradas se cruzaron entre tanta gente, entra tantas vidas y sueños. Miles de posibles futuros surcaron el cielo aquella noche, y ella tenía la impresión de haber cogido el peor de todos. Apenas les separaban una treintena de kilómetros, pero desgraciadamente, sus pensamientos se hallaban mucho más dispares.


Continuó deslizando su pulgar sobre la superficie del botón de envío, el cual comenzaba a desgastarse bajo la continua fricción que el dedo ejercía contra la tecla. Al fin, se decidió a hacerlo. Le dio un último trago a la botella de Vodka, y sintió como la conexión entre ambos incomprendidos aumentaba. O quizá era sólo alcohol en cuerpos necios. Una vez oprimido el botón, el mensaje vaciló antes de abandonar la pantalla, como requiriendo una segunda oportunidad, exigiendo una más que merecida profunda reflexión sobre sus actos. Pudo ser despecho, pudo ser alcohol. Pero el echo es que esa segunda reflexión no le condujo al arrepentimiento, si no a la tranquilidad.


Realmente daba igual. El amor, el odio y el alcohol son conceptos demasiado cercanos como para reflexionar que actos son fruto de cada uno. Simplemente, las cosas suceden. Y esa espontaneidad con la que la vida se desarrolla nos plantea preguntas, más bien pruebas. "¿Que habría pasado sí?" es una cuestión imposible de evitar y no menos difícil de contestar para el ser humano.




¿Que habría pasado sí nunca se hubiese casado? ¿Y si no hubiese conocido a Víctor en aquel viaje a Ucrania? Quizá todo sería distinto cambiando incluso pequeños actos que en su día parecieron efímeros. La inocente mariposa que bate las alas en Japón y condena con ello a muerte a millones de inocentes. Pero imposible era ya saberlo. Seguir torturándose con ello era, pues, absurdo. Pero sin embargo el alcohol se metabolizaba distinto con el vertiginoso avance de los años. Lo que antes causaba noches de lujuria, ahora era simple melancolía. Lo que antes habría sido un  "¿por que no?" ahora se transformaba en un desolador "¿por que?". Era momento de contar las bajas de esta batalla. ¿De verdad había valido la pena mantener cartuchos de repuesto a la espera de un improbable segundo asalto?. Según el ritmo que el destino marcaba aquella noche, la lucha había terminado.


En medio de aquel clima melancólico y reflexivo, los párpados cerraron el flujo de pequeñas lágrimas que se resbalaban por sus mejillas. La botella de Vodka perdió de pronto toda su atención, y los músculos de su cuerpo comenzaron a relajarse. Su mente se detuvo, fruto de un boicot emocional. Su exhausto cuerpo acudía a lamer sus heridas a terrenos de Morfeo. Sus reflexiones se fueron sofocando. Pero una poética idea permaneció mientras los sueños comenzaban a jugar, intentando asemejar tan macabros como la vida real. "Que hacer si el fuego que me quema a la vez me abriga" se preguntó.