lunes, 2 de julio de 2012

Capítulo 38:Amor odio y alcohol

4 días después.


Ana manoseaba intranquila el teclado de su teléfono móvil. En la pantalla, la palabra "enviar" resaltada de un color fosforito, refiriéndose al mensaje que acababa de escribirle a su marido. Sabía que aquello que estaba apunto de hacer conllevaría su muerte. Pero si él no moría, sería ella el premio de consolación. Además, tras el puñetazo que le había destrozado el labio, en su corazón no era precisamente amor lo que latía en relación a Julián en aquel momento.


Por un instante, vaciló. La herida del labio no ardía tanto como su alma, salpicada por un cúmulo de sentimientos contradictorios que sin embargo, conseguían alinearse, causando sobre ella un efecto desolador.


Pero era la última llamada. El tren de la vida partía ya hacia el siguiente andén, y uno de los dos debía quedarse fuera.. Miró de nuevo por la ventana de aquel hotel que carretera, como esperando ver a lo lejos un milagro, algo que cortase su cautiverio consentido. Pero no había nada.


En aquel tramo de la AP9 el tiempo parecía correr más lento que en el resto del mudo hasta casi detenerse en medio de una ventisca de recuerdos traídos de los años 70, que hallaban fuerzas en la acorde decoración de aquel mugriento motel. Hasta las múltiples arañas que se guarecían en las esquinas del establecimiento parecían sentir como el tiempo se ralentizaba, puesto que habían claudicado en sus quehaceres. Nada se movía, las telarañas aguardaban inertes la llegada de nuevas moscas que hicieran valer su esfuerzo. El sol continuaba su lento descenso hacia los más santos lugares. La constante estática de la televisión fortalecía considerablemente la sensación de hermetismo. La hora del teléfono avanzaba minuto a minuto, y con ella, la barra que indicaba la batería restante de su teléfono disminuía a un ritmo constante, cerrando cada vez más el yugo que amenazaba con asfixiarla si no enviaba aquel mensaje.


Por un segundo, mientras ambos miraban como la luna se alzaba en el horizonte, se sintieron conectados. Él,  semiinconsciente sobre la barra de un bar cargando contra todo aquello que condicionaba su vida , negándose a aceptar la derrota emocional que acarrearía consigo el olvido. Ella, preguntándole a la luna por qué sus miradas se cruzaron entre tanta gente, entra tantas vidas y sueños. Miles de posibles futuros surcaron el cielo aquella noche, y ella tenía la impresión de haber cogido el peor de todos. Apenas les separaban una treintena de kilómetros, pero desgraciadamente, sus pensamientos se hallaban mucho más dispares.


Continuó deslizando su pulgar sobre la superficie del botón de envío, el cual comenzaba a desgastarse bajo la continua fricción que el dedo ejercía contra la tecla. Al fin, se decidió a hacerlo. Le dio un último trago a la botella de Vodka, y sintió como la conexión entre ambos incomprendidos aumentaba. O quizá era sólo alcohol en cuerpos necios. Una vez oprimido el botón, el mensaje vaciló antes de abandonar la pantalla, como requiriendo una segunda oportunidad, exigiendo una más que merecida profunda reflexión sobre sus actos. Pudo ser despecho, pudo ser alcohol. Pero el echo es que esa segunda reflexión no le condujo al arrepentimiento, si no a la tranquilidad.


Realmente daba igual. El amor, el odio y el alcohol son conceptos demasiado cercanos como para reflexionar que actos son fruto de cada uno. Simplemente, las cosas suceden. Y esa espontaneidad con la que la vida se desarrolla nos plantea preguntas, más bien pruebas. "¿Que habría pasado sí?" es una cuestión imposible de evitar y no menos difícil de contestar para el ser humano.




¿Que habría pasado sí nunca se hubiese casado? ¿Y si no hubiese conocido a Víctor en aquel viaje a Ucrania? Quizá todo sería distinto cambiando incluso pequeños actos que en su día parecieron efímeros. La inocente mariposa que bate las alas en Japón y condena con ello a muerte a millones de inocentes. Pero imposible era ya saberlo. Seguir torturándose con ello era, pues, absurdo. Pero sin embargo el alcohol se metabolizaba distinto con el vertiginoso avance de los años. Lo que antes causaba noches de lujuria, ahora era simple melancolía. Lo que antes habría sido un  "¿por que no?" ahora se transformaba en un desolador "¿por que?". Era momento de contar las bajas de esta batalla. ¿De verdad había valido la pena mantener cartuchos de repuesto a la espera de un improbable segundo asalto?. Según el ritmo que el destino marcaba aquella noche, la lucha había terminado.


En medio de aquel clima melancólico y reflexivo, los párpados cerraron el flujo de pequeñas lágrimas que se resbalaban por sus mejillas. La botella de Vodka perdió de pronto toda su atención, y los músculos de su cuerpo comenzaron a relajarse. Su mente se detuvo, fruto de un boicot emocional. Su exhausto cuerpo acudía a lamer sus heridas a terrenos de Morfeo. Sus reflexiones se fueron sofocando. Pero una poética idea permaneció mientras los sueños comenzaban a jugar, intentando asemejar tan macabros como la vida real. "Que hacer si el fuego que me quema a la vez me abriga" se preguntó.

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