miércoles, 18 de julio de 2012

Capítulo 41: Que hace una chica como tú


Sara comenzó a escribir, impulsada por la musa de la literatura. Escribía algo. Algo indeterminado, frases al azar, lugares en los que nunca estaría. Era algo de eso no había duda, aunque aún no pudiese distinguirse el que. Sus dedos se deslizaban sobre el teclado al ritmo del halo de vida que el propio texto irradiaba.

La visión podía resultar un poco estrambótica. Ella, con los ojos iluminados ante la pantalla de su portátil, tecleando con admirable rapidez todo aquello que la musa le susurraba. Él, recostado sobre la barra a medio metro de distancia, maldiciendo por lo bajo todo aquello que pudiese haber influido mínimamente en su desdichado presente. No hablaban, pero de vez en cuando se dirigían mutuamente indiscretas miradas que lo decían todo. "No pintas nada aquí" podía leerse en ambas. Entonces comenzó a sonar "que hace una chica como tú". Ella emitió una carcajada. Él, normalmente racional y lógico, lo interpretó como una señal.

-Sinceramente, no es usted el tipo de mujer que esperaba ver por aquí- Se decidió, al fin, a decirle.

-Gracias, supongo. Tú tampoco vienes demasiado.

-¿Ah no? ¿como lo sabe?- Preguntó él, extrañamente relajado.

-Los ojos. Son el espejo del alma, ¿Sabe?

-¿Si? ¿y que ves en los mios?- Respondió, juguetón.

-A un hombre que ha perdido el norte. Mire su dedo -dijo mientras acariciaba cuidadosamente su mano- aún puede notarse la marca de su anillo. Una relación larga que, por lo visto, no salió bien. ¿Que fue lo que os pasó?. Pareces el típico hombre engañado, pero... no, no es eso lo que te ha traído por aquí. Quizá incluso ya lo intuía, y sin embargo, no le importó. Pero debió pasar algo....

-No está mal, para un caso tan excepcional como el mio.

-¿Que tiene de excepcional?

- Desde hace seis meses mi mujer se ve con un ucraniano, Victor, creo que se llama.  Discutimos y se marchó. Estaba convencido de que se habría ido a Ucrania con él, pero no era así. Decidí volver, pero fui víctima de un gas que posiblemente usted ni siquiera conozca. Ras regresar a España, ella me condujo hasta una especie de gasolinera, donde dos hombres esperaban para darme una paliza. Conseguí huir de allí, dejando a mi mujer tirada en el suelo y con la duda de si me quería. De eso hace una semana.

-Parece muy interesante, tu vida...

- Julián. Bebo para olvidar, supongo que eso habla por si sólo.

-Brindo por eso. No te preocupes, todos tenemos algo que ocultar, un secreto inconfesable.

-¿Cual es el suyo...?

-Sara, Sara Fernández.  Acaban de diagnosticarme cáncer de pulmón. La quimioterapia no está respondiendo y van a tener que operar. Escribo para dejar mi huella si....si algo saliese mal. Pero dime, ¿quien eres?- Dijo ella bruscamente, intentado cambiar de tema para evitar deshacerse en sollozos delante de aquel hombre.

-Lo cierto es que es una muy larga historia- Respondió él.

.-Todas lo son. He oído muchas historias. A menudo comienzan con "fue un error" o "estaba borracho"

- Esta comienza con un arma apuntándome a la cabeza.

-¿Y tiene un final feliz?- Preguntó ella, ingenua.

-El final aún no está escrito, pero algo me dice que todo ha de acabar como empieza. Morimos como nacemos, desnudos y solos.

-¿Pero no temes a la muerte?- Preguntó Sara, más pendiente de su fatídico problema que de los ataques de nostalgia de su compañero de madrugada.

-¿La muerte? me ha visitado tantas meses este mes que creo que cuando falte la añoraré- Dijo Julián, haciendo gala de un fatídico humor negro que, sin embargo, tuvo un efecto esperanzador sobre Sara- A fin de cuentas, tan solo es la suerte con una letra cambiada.

Ella sonrió de nuevo, aquel hombre comenzaba a desviar su atención. Apenas se percató de que su ordenador se quedaba sin batería. En aquel momento la interconexión de sus neuronas les aislaban del resto del mundo. Junto a él se sentía en el lugar que llevaba meses buscando, hasta desistir exhausta.  Allí donde no necesitaba quimioterapias ni operaciones. Allí donde su mente volaba sin los lastres del pasado. Eran completos desconocidos, y al mismo tiempo, tenían la sensación de haber perdido una ya inconcebible vida separados.

-¿A,si? ¿A que te dedicas, "Rambo"? 

-Podría decirse que soy... policía.

-"Podría decirse". Con lo cual, no lo eres.- Apuntó ella

-Algún día le fui. Inspector de policía de la provincia de la Coruña.

-Parece ser un buen puesto... uno de esos que no se dejan escapar fácilmente- Dijo ella ,con ánimo pero sin convicción de que querer saber más cosas sobre él.

-Conocí una vida mejor, más bien, me reencontré con ella. 

-Y  en esa vida no entraba su mujer, ¿no es así?- Se aventuró Sara

-Efectivamente, a veces en la vida hay que dar giros bruscos para que la corriente no te arrastre hasta las rocas.

-Brindo por eso- Respondió Sara, cuya sonrisa era ya indisimulable

Levantaron las copas, y con ello, las miradas, que rompieron de pronto el vínculo  que entre ambas se había establecido y les permitió cerciorarse de que el bar estaba ya vacío. Se introdujeron la copa en la boca. Él se dijo, citando a Sabina, "cuidado chaval, te estás enamorando·. Ella rió de nuevo. Podía ser alcohol, pero él lo relacionó con una droga mucho más peligrosa: El amor

La miró de nuevo. Debía tener unos cinco años menos que él. Morena, lucía un largo pelo negro y suaves manos, ojos oscuros y una boca cuyos labios más que "te quiero" parecían decir "hazme tuya" . La joya de la corona, custodiada por dos largas y esbeltas piernas rematadas en unos sonados tacones color azul oscuro.

Y antes de darse cuenta, mientras su mente continuaba perdida por los oscuros recónditos de su cuerpo, encontróse conduciendo hacia su casa, con ella a su lado, recostada exageradamente en el asiento.

Cuando llegaron, maldijo por lo bajo la ceguera de cupido, al tiempo que le desabrochaba con la boca el sujetador.

Comenzó a recorrer cada ápice de su cuerpo, introduciéndose en cada oscuro lugar que colaboraba a hacer de su dueña una atrayente y exitosa mujer.

Tiempo después, fue la boca quien recalcó los senderos que los dedos habían abierto con pasión minutos antes, descendiendo por las caderas hasta situarse en la negrura de sus piernas. La saliva se mezcla, el sudor fluye libremente por sus cuerpos. Gritos desgarradores invaden la sala, mientras sus mentes comunican todo aquello que ni una mirada soportó.

Y después, sólo silencio

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