domingo, 13 de mayo de 2012

Capítulo 35: Pongamos que hablo de nosotros

Julán se levantó esa mañana con un terrible dolor de cabeza. La falta de su mujer, y, sobretodo, el hecho de desconocer por completo su paradero, el no haberse podido despedirse de ella, le estaba matando.
Con esos pensamientos en la cabeza, se dispuso a levantarse aquella mañana. Pero en cuanto sus pies rozaron el suelo, pudo sentir bajo estos una punzada cuanto menos inesperada. Confuso, se subió de nuevo a la cama y pudo comprobar los restos de lo que algún día había sido un botella de ginebra, rota en mil pedazos. Una sonrisa liberadora se alzó sobre sus mejillas cuando comprobó que quizás no era sólo su mujer la causante de aquellos horribles dolores.


Recostándose de nuevo en la cama, estiró la mano y comenzó a palpar la superficie de su mesilla en la procura de su teléfono. Todavía con los ojos cerrados, oprimió el botón de encendido, a lo cual el aparato respondió con un insoportable ruido que causó el estremecimiento de Julian. Aquel sonido no era más que la inocente melodía de encendido del móvil,  pero el increpante dolor de cabeza, el cual ahora ya podemos denominar como resaca, multiplicaba por un millón el tono agudo del sonido.


Afortunadamente, el ruido apenas duró un par de segundos. Pero cuando finalizó, fue seguido de otro, más breve y armonioso, comunicándole de la llegada de un mensaje. A desgana, Julián accedió a la bandeja de entrada y fue ascendiendo por los mensajes recibidos. Publicidad, Publicidad, nos veremos a las 8.... al fin, alcanzó el mensaje. Cual fue su sorpresa al ver escrito el nombre de su mujer en la casilla reservada para el remitente. Rápidamente, olvidándose de las terribles palpitaciones que asolaban sus sienes, se dispuso a leer el mensaje al tiempo que se le iluminaban los ojos:


"Tenemos que hablar. Siento que haya tardado tanto en escribirte, necesitaba tiempo. Te veré a las doce, AP-9 kilómetro 67, a las doce. Por favor, no llegues tarde."


Aquel breve mensaje bastó para reparar los daños de una noche repleta de melancolía. De pronto, cesaron las palpitaciones y el cielo se volvió azul de nuevo. En cualquier otro momento, "tenemos que hablar" hubiese sido el último golpe de un matrimonio trastabillado. Pero no en aquel. Ahora mismo, la simple idea de volver a ver a su mujer, de saber que no estaba todo perdido, le hacía seguir adelante sin apenas pensar en lo que hacía, lo cual se estaba convirtiendo en una insana costumbre. Quería ver sus ojos azul esmeralda brillar al son de la luna una vez más. En aquel momento, todo lo demás le importaba una mierda. Miró la hora a la que el mensaje había sido enviado. Pasaban de las cuatro de la mañana, lo que indicaba que él no había sido el único que había vivido una noche melancólica.


Palpó de nuevo su mesilla, hasta hallar su reloj de pulsera. Comprobó con horror que pasaban de las once y media. Como una exhalación, saltó de la cama ignorando los cientos de esquirlas de cristal que se introdujeron en la planta de su pie. Sacó del armario una chaqueta de pana y unos pantalones baqueros. Rebuscó por todos los cajones del armario,  más no pudo encontrar una camisa limpia. Desesperado, corrió hacia el cesto donde guardaba la ropa sucia y seleccionó una camisa relativamente limpia. Tras ponérsela, agarró su cartera y las llaves de su coche. Introdujo también su móvil en el bolsillo, tras clavar su mirada en el un segundo, pensativo. Había estado a punto de abandonar la tarjeta en una gasolinera a miles de kilómetros de allí, tal y como había hecho con el aparato. Afortunadamente, la razón se impuso levemente aquel fatídico día. Por ahora su mente prudente y controladora hasta casi convertirse en una obsesión le había mantenido vivo durante varios años. Sin embargo, desde que se dejaba llevar por los impulsos, había estado a punto de morir varias veces. Pero aquello no pareció importarle, todo lo que hubiese pasado en su vida anterior, antes de la llegada a su mesa de aquellos informes, era completamente irrelevante. 


Bajó las escaleras corriendo, mientras hacía auténticas maniobras de contorsionista para ponerse la chaqueta. Por el camino se encontró con Ramires, quien le saludó, con clara intención de pararse a charlar. Julián lo evito, nada ni nadie podía frenarle. Tras alcanzar la puerta de su coche y meter la llave en el contacto, miró de nuevo la hora. Faltaban veinte minutos, debía darse prisa. Presionó el acelerador y subió de marcha.


Mientras conducía, pensaba en que decirle a su mujer. No era fácil, pues sabía que a día de hoy era mucho más lo que les separaba que lo que les unía. En realidad, seguía sin encontrar una razón lógica a por qué quería seguir con ella. Simplemente era su mujer, y la palabra de un cura en nombre de un dios en el cual ninguno de los dos creían era suficiente para mantenerles unidos. Pero al menos, ya no se lo replanteaba. Aunque difícil es determinar si aquello era bueno o malo.


El ruido ensordecedor del motor de su viejo coche ya no le molestaba. La resaca había cesado de pronto, sepultada bajo toneladas de esperanzas. La montaña rusa de los sentimientos estaba abierta de nuevo. No hubiese sido difícil que se chocara, ya que su mente estaba muy lejos de aquella autopista. Así fueron pasando los kilómetros, hasta alcanzar el esperado Km. 67. En este, una salida tras la cual se alzaba un bar. No era el lugar perfecto para una reconciliación, pero sí lo bastante discreto como para asistir a una sonora discusión.


Aparcó junto a un camión, único vehículo estacionado en el parking. Su olfato de detective, único sentido que seguía intacto tras abandonar su puesto de trabajo, le advirtió de que el coche de su mujer no se encontraba allí De ello surgían dos teorías, o bien había pasado la noche allí, o bien le llamaba para contarle que se había fugado con un camionero. Naturalmente, la segunda no tenía en sus pensamientos más allá de la mofa.


Tras observar los exteriores, se dispuso a entrar. Tal y como había imaginado, el bar estaba vacío. Tan solo un par de camioneros situados en una mesa junto a la puerta y una molesta mosca que surcaba el extrañamente caluroso aire rompían el silencio. Al fondo, una mujer cuyos largos cabellos le eran familiares. No era un sueño, ella estaba allí. 


Aceleró el paso mientras ocultaba la enorme sonrisa que amenazaba con asomarse de entre sus labios. Jugar con las cartas ocultas en la mano era algo que nunca se le había dado bien. Pero debía arriesgarse, el premio merecía la pena.


Tras sentarse en la mesa, ambos conservaron el silencio durante unos segundos. Sus miradas podían hacer en un segundo lo que sus cuerdas vocales tardaban años en explicar sin dolor. Pero al fin, el se decidió a hablar.


-Cariño......


-No. Déjame hablar a mi. Tengo algo que decirte, me equivoqué.- Su mujer hablaba despacio, buscando con sumo cuidado las palabras perfectas.


-Todos lo hacemos.-Dijo Julián, dispuesto a olvidar el pasado y comenzar una nueva etapa junto a su esposa.


-Debemos empezar de cero, lejos de todo esto. Reconozco que me impactó cuando me confesaste que perteneciste a los GRAPO. Y más aún que no me lo hubieras dicho. Pero todos cometemos errores, y...


-Eso no fue un error.- Le corrigió Julián


- ¿Como dices?


-Pertenecer a los GRAPO no fue un error. Lo dejé cuando comenzaron a matar gente inocente. Si  he de arrepentirme de algo, lo haré de los años que pasé trabajando sin saberlo para el enemigo.


-¿El enemigo? ¿De que hablas? Da igual, no me importa, vayámonos juntos, huyamos, olvidémonos de este mundo repleto de injusticias.


-Lo siento pero no puedo. Admiro tu cinismo, pero soy demasiado consciente como para olvidarme de todo. El estado para el que estuve trabajando financia grupos fascistas, eso es tan obvio como cierto. ¿Cuantas vidas de niños pequeños, inocentes, estaría segando si ahora me fuese contigo?. Créeme que no lo hago por gusto, daría lo que fuese por haber nacido en otro planeta, en un lugar en el que no tuviera que preocuparme por la vida de gente que ni tan siquiera conoceré nunca. Pero eso no lo podré cambiar, de modo que no, me quedo.


-Está bien... no quería hacer esto, pero deberás decidir entre esos hombres que a punto estuvieron de matarnos y yo.


-¿Elegir? Escucha, te prometo que en breve lo dejaré. La victoria está cerca, tenemos un plan, pero debemos tener cuidado. Dame seis meses, solo seis meses- Le rogó Julián


-No tengo ese tiempo, por favor quédate- Le suplicó su mujer,poniéndose de rodillas sobre el mugriento suelo mientras rompía a llorar.


Como respuesta, Julián se levantó de la silla sin despedirse, recogió la chaqueta y dio media vuelta. Odiaba admitirlo, pero aquello había sido una pérdida de tiempo, su mujer no estaba dispuesta a ceder absolutamente nada. Mientras se alejaba, por sus mejillas comenzaron a caer silenciosamente regueros de lágrimas.


Pero cuando se dirigía hacia su coche, los dos camioneros que hasta aquel momento dialogaban tranquilos, se pusieron en pie. 


-Disculpe..... ¿puede dejarme pasar?-Dijo cortésmente Julián, con la voz quebradiza debido al sollozo que amenazaba con brotar de su garganta.


-No


-¿Disculpe?


-He dicho que no pasará- Dijo uno de los hombres, al tiempo que apuntaba un cañón contra el pecho de Julián. Ambos se miraron a los ojos. Julián pudo observar la tranquilidad en los ojos de aquel hombre, que no se inmutaba pese a estar empuñando una 9mm contra el esófago de una persona.


-¡No le hagas daño!- Gritó su mujer, abalanzándose contra el pistolero con la furia de una leona 
Edefendiendo a sus cachorros. 


Sin embargo, aquello no fue suficiente para desestabilizar a un hombre de metro noventa y expresión asesina. El hombre se sirvió de su brazo izquierdo para desviar el cuerpo de la mujer contra la esquina de la barra, tras la cual se postulaba un asustado camarero.  Calló contra la barra, con tan mala suerte que su cabeza fue a impactar contra la esquina, lo que le causó una brecha en el cráneo. Cuando llegó al suelo, yacía ya inconsciente. No obstante, aquel acto de arrepentimiento le había proporcionado a Julián el tiempo necesario como para echar a correr cara al almacén del bar. Cerró la puerta tras de sí y al fondo contempló una luz tenue. La siguió, rezando para que fuese una salida. Tras de sí comenzó a escuchar como los dos hombres aporreaban la puerta de metal, que por el momento resistía. 


La luz se fue haciendo cada vez más grande y potente. Julián apuró el ritmo, con el corazón en un puño. Giró la esquina y contempló como sus esperanzas morían, fruto de un engaño de su propia mente. La luz que bañaba el almacén provenía de una pequeña abertura situada a ras del suelo, de apenas un par de centímetros de anchura.


En ese momento el sonido de un disparo azotó la estancia. Habían abierto fuego contra la cerradura de la puerta, y esta irremediablemente había cedido. Julián corrió a esconderse tras unas cajas y permaneció allí, inmóvil ,  sintiendo como el pulso se le aceleraba con cada paso de sus perseguidores, con la frente envuelta en sudor. Permaneció oculto cual vietnamita, oyendo a su alrededor sus pisadas. Rastreó con la mirada los alrededores, en la procura de un arma. Por fin, en una de las cajas entre las cuales se había situado, halló un cuchillo jamonero. Aguardó hasta que el primero de los hombres estuviese delante suya, y atacó. Con las manos empapadas en sudor, se abalanzó sobre él directo a la yugular. El cuchillo atravesó uno a uno todos los tejidos de su cuello, al tiempo que un chorro de sangre comenzaba a brotar de la abertura provocada por el cuchillo. 


El hombre, negándose a morir así, dirigió la pistola hacia atrás y disparó tras veces. Obviamente, ninguna impactó contra Julián, pero el barullo provocado por el arma había alertado al otro caminero, que debía estar realmente cerca. Cuando el hombre se quedó paralizado, víctima de la falta de oxígeno, Julián agarró su pistola y comprobó el cargador.Tres balas. Sacó una del cargador y se la introdujo en el bolsillo. A continuación, se dirigió hacia la entrada.


De esta le separaba ya tan solo el pasillo central, el cual estaba custodiado por el camionero con el que había estado hablado antes. Julián agarró una lata de cerveza, y la tiró con fuerza cara al otro extremo del pasillo. El hombre, alertado, giró la cabeza. En ese momento el aprovechó para jugárselo todo a una carta.


Y durante una milésima de segundo, sus miradas se cruzaron. Pudo observar su rosto, en el cual ya no se mostraba indiferencia y frialdad, si no ira, salpicada con algún toque de pánico. Durante una milésima de segundo pudo observar como empuñaba el arma ladeada. Pudo observar su sonrisa, sus ojos... definitivamente, aquel hombre no podía ser humano. Julián se habría atrevido a afirmar que incluso había disfrutado persiguiéndole.


Tras atravesar la puerta, halló a su mujer, semiinconsciente y con la mirada perdida. De si frente seguía floreciendo la sangre. Rápidamente, la cargó a sus hombros y siguió corriendo cara a la salida.
A su espalda, el hombre recargó su arma y realizó tres disparos con Julián como único objetivo. Los dos primeros herraron. El tercero en cierto modo, también lo hizo. Pero tras impactar contra el extintor, revotó directamente en su pierna.


Julián se calló, retorciéndose de dolor. Sin tiempo para colocarse de nuevo a su mujer, se irguió y comenzó a correr como pudo. Tras alcanzar el extintor, lo abrió y roció con este a su perseguidor. Acto seguido, precipito la bombona contra el suelo y siguió corriendo. Con el corazón en un puño y exhausto, al fin alcanzó su vehículo. Metió la llave en el contacto y aún tuvo el dudoso placer de comprobar una vez más la efectividad de ese hombre con las armas cortas.  Su retrovisor se partió en mil pedazos.


Su mujer le había vuelto a mentir. Y una vez más, había estado a punto de morir por su culpa. Pero aún así, por alguna extraña razón que cada vez se le hacia más complicado comprender, aún la quería. Por ello no lo dudó cuando la vio tirada en el suelo. Por ello no dudo tampoco en aquel caserón, cuando le dispararon.


Conforme se alejaba, sus pulsaciones recobraban sus índices normales. Pero su cerebro, tras asumir de nuevo el mando, se mostraba confuso. No lograba entender quienes eran aquellos camioneros, y que pintaba su mujer en todo aquello. La idea de que hubiese sido todo una trampa la resultaba aterradora,casi tanto como la de haberle dicho a su mujer el último adiós.

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