domingo, 25 de marzo de 2012

Capítulo 30:Sangre, sudor y desesperación.


Las primeras luces de la mañana comenzaban a filtrarse entre los barrotes de su celda, al tiempo que los guardias realizaban,un día más., sus continuos bagajes exentos de orden, comprobando una y otra vez a cada uno de los presos.
De vez en cuando, un puñado de carceleros aburridos decidían revisar el estado de algunas de las celdas.Aprovechando la inspección, los guardias instalaban al malogrado preso en una celda de exclusión durante varios minutos, a veces varias horas.Lo que debían pasar los presos allí, era secreto de sumario.Nadie se atrevía a preguntar, y muy pocos salían de allí con la facultad del habla intacta.Los más afortunados recibían brutales palizas.Los más afortunados...

Por supuesto, los guardias no se contentaban con hacerse respetar.En multitud de oasiones los carceleros no actuaban simplemente por ocio.La mayor parte de las veces, aquellos hombres encargados de vigilar a los reclusos eran gente pobre y de bajo nivel de estudios.Solían "saquear" literalmente las celdas.Cualquier objeto de valor, era substraído automáticamente.

Javier vivía indiferente a todas aquellas disputas.Procuraba mantenerse siempre al margen de todo aquello.Sabía que en la cárcel una palabra más alta que otra era firmar su sentencia de muerte,con lo que solía preferir permanecer sentado, contemplando las múltiples heridas que mostraba la superficie de su piel.Y sobretodo pensaba, pensaba mucho.No paraba de intentar indagar en el contenido de aquella traición.

Desgraciadamente, aquel día los barrotes de su celda vibraron al contacto con la porra de uno de los guaridas:

-Inspección sorpresa.Salga de la celda.-Le ordenó uno de los guaridas



-No me diga más.¿Otra inspección? Han registrado mi celda cuatro o cinco veces esta semana, joder.-Dijo Vicente, intentado ganar algo de tiempo mientras guardaba todo objeto de valor en el escondite  de emergencia, un ladrillo medio suelto en la pared.

No tenía muchos objetos objetos de valor, en aquella vieja y agobiante celda.Había ido a parar a la cárcel de Avaré, donde  al contrario que en el exterior, los libros valían una fortuna.La mayoría eran presos políticos, o militares que habían decidido declinar órdenes.Gente que estaba entre rejas por tener una forma de pensar diferente, y muchas veces, como en el caso de  los militares "sublevados", quienes habían decidido declinar una orden de arresto contra una decena de personas por manifestarse pacíficamente, incluso me arriesgaría a decir que mejor.Obviamente, en aquella fría cárcel había también había cabida para crueles asesinos.Pero estos nunca habían matado una mosca con sus propias manos.Eran caciques, acostumbrados a tener un ejército musculoso bajo su mando.Ahora yacían solos en la cárcel, y pese a que su poder dialéctico, propagandístico más bien, seguía intacto, les faltaba un puñado de hombres fuertes y estúpidos que escuchasen sus palabras.Definitivamente, la extrema seguridad de aquella cárcel era, cuanto menos innecesario.Ninguno de los presos estaba capacitado para huir, era imposible.Torretas vigilando día y noche, guardias las 24h... Vicente solo podía esperar que alguien se pronunciase misteriosamente a su favor desde el exterior de aquel presidio.

-No descansaremos hasta encontrar algo y lo sabes.Vamos, dínoslo.Dinos donde escondes la droga, solo nos llevaremos una parte.Piénsalo bien, es cierto que nos llevaríamos una parte.Pero lo que te quedes podrás hacer con él lo que quieras, impediremos que nadie se meta en tus asuntos.¿Que me dices?.Venga, dínoslo.

-Le he dicho muchas veces que no soy un jodido camello.No guardo ningún tipo de droga en mi celda, registrenla todas las veces que quieran.Estoy limpio.

-Está bien.¿Sabes lo que toca,no? A la celda de exclusión 18.Que pena, podíamos haberlo hecho por las buenas pero....-Dijo uno de los hombres, visiblemente enfadado por no conseguir lo que buscaba.

Vicente comenzó a caminar rumbo a las celdas de exclusión bajo la atenta mirada del subfisil que le apuntaba a la espalda.Por el camino, los presos que normalmente se mostraban indiferentes dejaban escapar una mirada de compasión, pues sabían de sobras lo que venía ahora.

Al fin, llegó hasta la puerta de  la celda 18, ahora también llamada "el infierno":Habían convertido aquello en una auténtica sala de tortura, bloqueando toda fuente de luz y privando a los presos que allí le alojaban de todo tipo de "comodidades", como cama o váter.

Javier ya había estado allí en varias ocasiones, siempre con el mismo resultado, por lo que supuso que los guardias le darían una paliza y lo dejarían tranquilo.Pero aquella vez fue diferente.Dos de los tres guardias que le habían acompañado, se situaron, fusiles en mano, a los lados de la puerta, la cual cerraron tras de sí.El otro, dejó su arma posada contra la pared y le miró fijamente.Se quitó la camiseta y comenzó a aflojarse el cinturón.Entonces fue cunado Javier pudo comprobar con horror que no iba a poder resistirse a lo que le venía encima.

Javier comenzó a llorar, mientras las manos de aquel hombre se deslizaban por sus muslos.Al principio solo un leve sollozo, pero fue aumentando de intensidad.Ahora lloraba como nunca lo había echo.Ni los gruesos muros de las celdas de exclusión pudieron detener sus llantos.Entonces pudo comprobar que aunque yaciese en prisión, sometido a la crueldad de carceleros corruptos, su voz seguí siendo libre.Así que siguió llorando, intentando que alguien les escuchase.Pero el tiempo se le acababa.Yacía ya desnudo y contra la pared.Tras él, un hombre fuerte y musculoso, cuyas viles acciones respaldaban sus dos ayudantes.Y sus fusiles 

No debía ser la primera vez que lo hacían, pues la acción había sido tan rápida como sistemática.Pero eso no importaba ahora.Javier estaba contra las cuerdas y sin posibilidad de resistirse a la transgresora actitud del carcelero.

-Cállate.-Dijo el hombre tras golpearle con el codo en la clavícula. -O las cosas pueden empeorar.

Ya no había vuelta atrás.El sudor de aquel hombre se mezclaba ya con las lágrimas de Javier, que ahora ya no lloraba, si no que permanecía todo lo indiferente que le era posible en aquella situación.Como si aquel fuese un problema de dignidad y las lágrimas pudiesen estropear la poca que aún conservaba.

Afortunadamente, la acción no pudo terminar.Un cuarto hombre, que se había quedado vigilando fuera, golpeó la puerta.

-Que coño pasa, dije que nada de interrupciones.Abridle, espero que tenga algo importante que decir o me lo cargo.-Dijo el hombre mientras se vestía, indiferente al hecho de que acababa de violar a un preso.

-Señor, se han oído disparos.Se requiere la presencia de todas la unidades en la puerta norte.Los militares están en camino.

Los cuatro hombres salieron corriendo, olvidándose completamente de Javier, que yacía en una esquina, llorando.Pero ahora la venganza se mostraba ante él, iluminándole el camino.

Aquellos hombres habían salido con tanta prisa, que ni tan siquiera había cerrado la puerta.Estaba abierta de par en par, y tenía una fuerza de atracción para él malogrado Javier que ni tan siquiera pudo analizar las repercusiones de atravesar esa puerta.En tan solo unos segundos, se descubrió a si mismo caminando por el pasillo de la cárcel, mientras podía escuchar a la perfección los disparos de varias armas de fuego muy cerca de su posición.

Vagaba sin rumbo, con el simple objetivo de evitar cualquier silueta humana que veía por los pasillos.Estaba demasiado obcecado en salir como para trazar un plan.Casi sin darse cuenta, acabó en la zona de seguridad, donde se abrían las celdas.Al contemplar aquel botón, situado bajo un letrero de "apertura de emergencia", un escalofrío recorrió su sucio cuerpo.Una vez más, no tuvo tiempo para pensar, ya que al fondo del pasillo, siguiendo sus pasos, pudo vislumbrar a un par de hombres, que no iban vestidos como carceleros.Desde luego, no quería esperar a averiguar quienes eran.

Presionó el botón y una sirena comenzó a sonar.Ahora reinaba el caos.decenas de presos corrían despavoridamente en todas direcciones, mientras los carceleros, en un intento desesperado por restablecer el orden, habían comenzado a disparar contra los presos.

El ambiente olía a sangre, sudor y desesperación.El sonido ensordecedor de la sirena se juntaba ahora con gritos de dolor y disparos de armas de fuego.Estaban disparando contra presos completamente desarmados, aquello era una masacre.

En medio de aquella locura, uno de los presos consiguió alcanzar uno de los extintores que yacían cada cien o doscientos metros en la pared.Sin más bandera que la desesperación y el miedo a la muerte, aquel preso, héroe para unos, villano para otros, golpeó súbitamente la cabeza de uno de los guardias, quien se tambaleó un segundo antes de perder el sentido.

En medio de aquel caos, el hombre del extintor no se percató ni tan siquiera de que el carcelero al que acababa de aniquilar portaba un subfusil, cosa que aprovechó Javier, más acostumbrado a aquel tipo de situaciones (aunque nunca tan extremas, todo ha de ser dicho).Recogió el fusil del suelo y ascendió por una de las escalerillas hasta la segunda planta, que se encontraba completamente vacía.Desde allí, abrió fuego contra varios guaridas.Demasiado concentrado en lo que pasaba bajo sus pies, no fue consciente de como cinco o seis hombres salieron de la nada y le acorralaron contra una esquina.No eran guardias, pero iban bien armados y vestían uniformes militares.

Antes de que pudiese formular ninguna pregunta, uno de aquellos hombres le roció con un spray, tras lo cual Javier se mareó.Unos segundos después, perdió el conocimiento.Ahora estaba a merced de aquellos misteriosos hombres.Pero mientras aquel veneno comenzaba a circular por sus venas, pudo pararse a pensar.Apenas habían pasado cinco o seis minutos.Hace apenas cinco minutos estaba en su celda, pensativo.Ahora su única esperanza era que hubiese mañana, por macabro que este fuera.

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