lunes, 26 de diciembre de 2011

Capítulo 10. Destino: Realidad

Eran las 12 de l a mañana, cuando un grupo de personas vestidas con uniformes militares irrumpieron en aquella estancia.Recogieron a Julián, visiblemente nervioso, debilitado tras cinco días de cautiverio.Confuso, Julián comenzó a preguntar.
-¿Quienes sois?Esos uniformes no corresponden a la policía
-No somos la policía, en realidad,no nos envía el estado español
-¿Como que no? ¿Quien os envía? ¿A donde vamos?


Uno de los integrantes de aquel llamado "grupo de rescate", como le indicó un hombre con pinta de oficial, comenzó a hilar una respuesta convincente, cosa que no hizo falta, puesto que en aquel momento Julián vio a su esposa.Era la primera vez que la veía desde que la encontró tirada en el suelo, herida.Corrió hacia ella, sus rápidos movimientos provocaron una alteración del grupo de rescate, que levantaron hacia él sus fusiles.Era evidente que sus rescatadores no confiaban demasiado en él.Julián desistió en su intento de llegar hasta ella y se limitó a mirarla.Se la veía cansada, posiblemente no hubiese podido dormir ni un minuto en sus días de cautiverio, y cojeaba ligeramente, debido a la fea herida de su pierna, que había terminado por infectarse,Pese a todo, mostraba un brillo espectacular.Sus ojos, con un espíritu tan luchador como siempre, contrastaban con sus debilitadas piernas y su aspecto descuidado y derrotista.Posteriormente les vendaron los ojos y les  condujeron escaleras arriba hasta un autobus.A tientas, Julián buscó las manos de su esposa.Al agarrárselas, está se sobresaltó.


-Tranquila ,soy yo.¿Te acuerdas lo que dijimos en la boda?Siempre juntos, pase lo que pase.Yo siempre cumplo mi palabra.
-¿Tengo miedo.A donde nos llevan?
-No lo sé.Espera un segundo, hablaré con ellos.


Se levantó de su asiento, pero unas manos ásperas, que evidentemente no pertenecían a su esposa, frenaron su  intento.Se sentó de nuevo, y preguntó.


-¿A donde vamos? ¿Quien os envía?
-No se preocupe, en breve lo sabrá.Nos dirigimos allí.
-Pero dígame, ¿quien les envía?¿Quienes son? Creo que tengo derecho a....
-¡Usted no tiene derecho a nada!.No sea estúpido, el gobierno le ha ignorado, " no cederemos antes chantajistas".Siempre dicen lo mismo.Solo nosotros le hemos escuchando.Le ruego que no se ponga en plan sindicalista o tendremos un serio problema
-Solo dígame, ¿quien os envía?
-Lo sabrá en breve.Hemos llegado.


Las múltiples ventanas del vehículo se hallaban cerradas, impidiendo así la visión del exterior.Les destaparon los ojos, y un hombre gordo, de unos cincuenta años , escoltado por media docena de guardaespaldas con aspecto de forzudos, se reclinó antes ellos.


-Bienvenido, supongo que será usted el sr. Julián Ballesteros, 
¿no es así?
-Si ,así es.Dígame una cosa, ¿quienes son?¿Por que me han rescatado? ¿Donde estamos?


-Luego habrá tiempo para preguntas, ahora debe seguirme.
El misterioso hombre le condujo a una habitación en penumbra, decorada con banderas de unidades militares, en su mayoría  comunistas.La estancia tenía otra puerta, además de por la que había accedido Julián, situado al fondo  a la derecha.El hombre que le había acompañado, uno de los pocos del grupo que no tenía uniforme militar, le pidió que tomase asiento.Posteriormente, abandonó la estancia, dejando a Julián y a su esposa solos.Tenían muchas cosas que decirse, pero se mantuvieron en silencio.Un silencio atroz, pesado, denso como el acero y que ardía dentro de sus corazones como si de fuego griego se tratase.


Su mujer se giro hacia él.Su mirada le desgarró.Por un momento, sintió un malestar indeterminado, pero intenso como si de un nuevo disparo se tratase.Al principio solo era malestar, pero poco a poco, a medida que pasaban los minutos (que a él le parecían horas) dentro de aquella pequeña habitación, con un millón de preguntas y ni una sola respuesta, ese malestar empezó a convertirse en dolor, en rabia, en furia, estaba encolerizado, furioso con su desconfiada mujer, pero por otra parte sentía cariño por ella, se sentía avergonzado por no haberse quedado allí, con su herida mujer,que lo observaba expectante, tirada en el suelo, sola, abandonada a su suerte.


Esa imagen que rondaba su cabeza una y otra vez parecía salir de una película de terror,de una pesadilla.No había manera de sacarla, pues cada vez que miraba a los ojos de su esposa volvía a ver a aquella aterrorizada mujer, diezmada, herida en la pierna, gimiendo de dolor y como él tenía que desistir en su intento de auxilio por culpa de los dos sabuesos que le perseguían, clavando sobre su espalda sus miradas asesinas, abriendo y cerrando las mandíbulas a modo de desbrozadora y emitiendo unos gemidos saliendo del mismísimo infierno.
Tras recordar esto a Julián se le heló la sangre.Se apresuro a borrar de su cabeza aquella imagen.En ese momento, un hombre de algo menos de cuarenta y cinco años entró en la sala.
Julián tenía un millón de preguntas que hacerle a aquel misterioso hombre, las cuales se agolpaban en su boca, deseando salir para ser contestadas y hallar, al fin, la serenidad que andaba buscando.Pero en vez de eso, se limitó a escuchar


-Buenos días, soy el Señor Valentín González, El Campesino.

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