miércoles, 29 de febrero de 2012

Capítulo 24: Sin elección

Javier se encontraba disfrutando de sus últimos momentos de paz antes de la operación.Estaba sentado en la parte trasera de uno de los tres coches del comboy que se dirigía hacia Río de Janeiro, en busca de venganza por el asesinato de Chávez.Sus compañeros de unidad yacían intranquilos, pues no llegaban a encontrarle sentido a aquella operación kamikaze.Siendo fieles a la verdad, Javier tampoco tenía muy claro el porqué de entrar en una país extranjero solo para vengar secretamente la muerte de su presidente.Pero lo que si que tenía muy claro es que era una orden clara y concisa, y que la desobediencia se pagaba caro en el ejército.


Javier era un tipo de unos treinta años, bajo,delgado y de piel pálida,que lucía una cuidada barba unos pequeños ojos azul celeste que le daban un toque de astucia felina.Desde luego, su perfil encajaba más con el de un marinero eslavo que la de un militar venezolano.Pero si Javier estaba donde estaba, no era en ningún caso por su físico.


Hacía ya diez años, la FPLN (Frente Patriótico de liberación nacional), organización terrorista de corte fascista, le había capturado mientras servía en una misión de recostrucción del sur del país, que se había visto azotado por grandes inundaciones.Tras cinco años de cautiverio, había conseguido huir, justo el día antes de que le fusilasen.Cuando volvió a Bogotá, Chávez le condecoró con la medalla de la nación, lo cual le llevó a ser elegido para trabajar directamente para la organización.Aquello no le entusiasmaba demasiado, ya que durante su cautiverio había decidido que si sobrevivía abandonaría el ejército y buscaría un trabajo lejos del frente.Pero pese a ello, servía con admirable eficacia en cada pequeña misión que se le encomendaba


Pero aquello no era otra pequeña misión contra los cárteres de la droga.Se trataba de atacar a un civil brasileño en su propio país sin la autorización del gobierno.Cualquiera con un poco de sensatez en las venas se hubiese negado a aceptar aquella misión,  prefiriendo la muerte que condenar a la misma a una decena de jóvenes soldados.Pero Javier no pensaba así.Si por algo se había caracterizado siempre era por su obediencia sumisa, que si bien le había servido para ser siempre admirado por sus superiores, también le había provocado un par de problemas por exponer a demasiados riesgos su vida.Y aquella no era una excepción.


En un principio, todo marchó bien.Consiguieron acceder a la vivienda sin mayor problema, una mansión de tres pisos situada a las afueras de Rio, con una finca de algo más de tres mil metros cuadrados.Pero en cuando entraron en la casa, las cosas empezaron a ponerse feas.


-¿Veis algo?-Preguntó Javier


-Negativo, plantas 1 y 2 despejadas.-Le comunicaron por el radio transmisor portátil


-Planta tres igualmente vacía-Le contestó otro.


-Joder, aqui tampoco está.Sótano y garaje despejados.-Otro de los soldados terminó de golpe con las pocas esperanzas que aún conservaba la unidad.


-Genial, esto está vacío.Nos vamos, cuando menos tiempo estemos aquí, mejor.Estamos cometiendo un delito y nadie se jugará el culo por nosotros-Ordenó Javier


-Me temo que no va ha poder ser.Tenemos compañía.-Uno de los soldados, que se encontraba observando la carretera situada al lado contrario donde ellos habían aparcado, divisó dos camiones del ejército brasileño que se detenían junto a la puerta de la vivienda donde ellos estaban.


-El ejército.Pues ellos también han llegado tarde.Ya no hay ni rastro de su objetivo-Respondió otro soldado, iluso.


-Johan, me temo que el objetivo somos nosotros.


Al fondo del pasillo, se oyeron roturas de cristales.Estaban entrando, debían darse prisa.Sin tiempo para pensar, Javier ordenó a sus hombres que subiesen las escaleras.Tuvieron que hacerlo que la boca tapada, ya que los militares brasileños habían tirado algún tipo de gas lacrimógeno que estaba vaciando sus pulmones.Era evidente que aquellos hombres sabían a lo que se enfrentaban.Les habían tendido una trampa.Agarró su fusil, que aguardaba apoyado contra una pared y ascendió corriendo por la escalinata en forma de espiral, la cual le condujo a la tercera planta.Había cundido el caos.Javier nunca había destacado por sus dotes de mando, y no supo manejar la situación.A los pocos segundos, los quince soldados yacían escondidos desordenadamente, distribuidos por la tercera planta de aquel edificio.Tras percatarse de  que era imposible restablecer el orden y comprobar con horror que el gas ascendía rápidamente, se metió en el baño y cerro el pestillo.Aguardó paralizado por el miedo hasta que comenzaron a oírse disparos


Uno a uno, sus hombres iban siendo descubiertos y acribillados.También pudo oír las voces de un par de ellos que gritaban "Me rindo", conservando así sus vidas.Él, sin embargo, tan solo aguardó.Incomprensiblemente, en vez de pensar en una posible ruta de escape o en como reorganizar a sus aterrorizados hombres, se puso a pensar quien le habría traicionado.Debía de haber un topo infiltrado en el gobierno.No podía ser cosa de la organización, se negaba a creerlo.


Las tropas brasileñas fueron golpeando todas las puestas de aquella tercera planta.Javier las fue contando con horror.Cuando los militares llegaron a la del baño, aguantó la respiración, esperando que, al no oír nada, decidiesen no entrar.Obviamente, aquel pensamiento era absurdo, y más cuando Javier había cerrado con pestillo tras sus pasos.Aquella puerta de madera tenía como fin ocultar a sus dueños mientras estos necesitaban intimidad, no para soportar los golpes de militares expertos.Pese a ello, la puerta resistió los continuos golpes y los militares tuvieron que emplear las armas.De una bala reventaron la manilla de la puerta, y de paso, también las esperanzas de Javier que, por un segundo, se había sentido seguro en aquella pequeña estancia.


Con admirable rapidez, abrió la ventana que daba al tejado y se deslizó por ella, justo a tiempo para que los soldados no pudieran localizarle.Durante un instante, se sintió seguro de nuevo.Pero algún soldado aburrido decidió levantar la vista, y contemplo a Javier, que yacía cobre la cubierta, agarrado a la estructura de la chimenea, y de pronto, se vio envuelto en una lluvia de disparos, donde él era el único objetivo y a nadie parecía importarle si le cogían vivo o muerto.


Se pasó de un salto al otro lado de la cubierta, buscando protección.Pero de nuevo, alertados por el ruido de las balas, los hombres que aguardaban al otro lado de la vivienda comenzaron a disparar también.En medio de tal violento tiroteo, Javier decidió regresar de nuevo al interior de la casa, donde, al menos, estaba fuera del alcance de los francotiradores.Comenzó a correr escaleras abajo.Por un instante, no divisó a nadie.Estaba solo y con posibilidades de huir.Pero estaba tan obcecado con la salida, la cual ya podía divisar, que tropezó torpemente contra una mesa, provocando un estruendo que alarmó a todos los soldados.Tan solo unos segundos después se vio en medio del último tramo de escaleras, vigilado por los cañones de tres AK74 que le observaban amenazantes.


Estaba atrapado.Tiró el arma al suelo, y con los ojos llorosos por los restos del gas que los brasileños habían tirado minutos antes, se puso de rodillas.
Estaba rodeado, no tenía elección.

No hay comentarios:

Publicar un comentario