viernes, 10 de febrero de 2012

Capítulo 14:Misión "Renacimiento Fascista"

Ganador del concurso:  Joan Manuel Díaz Creu,Barcelona:

Vicente se levantó de su asiento, aturdido tras varias horas de vuelo. Se dirigió tambaleándose hasta el baño del avión.Por el pasillo, se puso a pensar en lo que estaba a punto de hacer.M16 en mano, miraba fijamente al rehén.Este intentaba ocultar el miedo que, pese a sus esfuerzos, no paraba de brotar de sus inquietos ojos.No podía evitar tampoco que cada milímetro de su cuerpo vibrase cual buscapersonas de algún enrachado broker.Sudaba a mares, y apenas podía contener las ganas de llorar.Además, debía llevar un par de días sin comer, por que mostraba un aspecto enfermizo y raquítico.Se encontraba en un estado de seminconsciencia severa, dejando caer por su mejilla un fino hilo de saliva.La culpa de que aquel hombre se encontrase en aquel estado, que si un médico hubiese estado allí habría podido catalogar como crítico o muy crítico, no era de Vicente.En realidad, él no había querido hacerlo.

Todo empezó aquella mañana.La noche había sido relativamente tranquila, pero con las primeras luces de la madrugada se habían comenzado a escuchar disparos, que, poco a poco, se habían ido acercando a la casa.
Debido a que Vicente apenas sabía sujetar con firmeza un fusil, le ordenaron meter a los rehenes en la furgoneta y salir hacia la pista que el estado había tenido la gentileza de cederles (en secreto, por supuesto).
Quizá ese fue el primer error de una larga lista que ahora atormentaban a Vicente.Demoró demasiado la salida.Quizá no fue culpa suya, quizá la resaca había influido en sus decisiones, ralentizado sus movimientos y condenado al fracaso a aquella misión.Pero nadie podía echarle la culpa de aquello a una botella de Wisky.No estaba acostumbrado a disparar.Es cierto que no era la primera vez que dirigía su arma contra una persona, pero si la primera que apretaba el gatillo. Su blanco: una preciosa mujer, de algo más de treinta años, que huía sin rumbo fijo por el jardín, sin saber que hacer.Haber disparado contra un blanco inocente, pese a que no la había matado, era un cargo de conciencia demasiado alto para él.Cuando le indicaron que su turno había acabado, buscó al único psicólogo que no pasaba más factura que un terrible dolor de cabeza.Y precisamente había sido ese dolor el que le había impedido pensar con claridad aquella mañana.Desde entonces, no paraba de preguntarse si había echo bien dejando allí a los otros dos.¿Quienes eran? ¿Que habría sido de aquella  mujer de ojos azules herida en la pierna?

Todas las respuestas, se hallaban ya muy lejos de él.En ese momento, mientras Vicente se dirigía al lavabo, el avión, un modelo Legacy 600 que la directiva había tenido la cortesía de pagarles para aquella ocasión especial, sobrevolaba ya la ciudad de Varsovia, la última gran ciudad hasta su destino final: Kiev.

La dirección había elegido la capital ucraniana por la fuerte división política que había en aquel país desde que los "conservadores de la raza sagrada", como se solían autodenominar, habían invertido una millonada en provocar en la ciudadanía ucraniana un sentimiento de odio hacia el gobierno pro soviético que dirige el país.Por esa razón habían decidido que la mecha del "renacimiento fascista", nombre con el que se dirigían al hablar de aquella operación que estaba a punto de llevarse a cabo, debía ser ucrania, lugar que simbolizaba perfectamente el choque de extremismos.Después irían Bielorrusia, Azerbaiyán.... poco a poco, todas las naciones que habían decidido apoyar a los soviéticos, pagarían ahora el precio de la derrota.Y no estaban solos en aquella misión.Putin, y por consiguiente el ejército ruso, apoyaban la traición al comunismo y el inicio de la nueva era.Y el había estado a punto de joderlo todo.

Desconocía por que aquel preso era tan importante.A decir verdad, todos sus camaradas de la organización lo desconocían.Tan solo sabían que aquel hombre era amigo de un importante colaborador del bando comunista.Y ahora estaba en sus manos, pero se negaba a colaborar.Balbuceaba algo sobre unos fusilamientos, y sobretodo, no paraba de decir "El Campesino".Hasta en sueños lo decían.Nadie supo averiguar lo que quería decir con eso.¿Sería quizá una contraseña?¿ se trataría de un seudónimo?¿un lugar, quizá?.Sus escasos medios les impedían averiguar nada.Pero estaba claro que aquel hombre sabía algo más que ellos.Y se negaban a soltarle sin saber de que se trataba.

La paliza había sido hace apenas unos minutos.Los puños de Vicente seguían manchados de la sangre de aquel hombre.No era un asesino.Habían sido ellos, sus palabras, sus acciones, parecían tan convincentes...
Aún no sabía con certeza como había acabado en algo tan turbio.Pero también comprendía que no era el momento de echarse atrás.Debía continuar con la peliaguda misión, que no era otra que entrar y posteriormente instalarse en la ciudad de Pripyat.Si bien Chernóbil estaba habitada por pequeños grupos que se negaron a abandonar sus casas y por algunos cuarteles militares, en Pripyat no quedaba nada.La simple idea de atravesar el bosque rojo, las calles desiertas, las casas donde murieron los sueños de miles de personas, le era totalmente aterradora.Y por supuesto, la radiación.La jodida radiación.
Su trabajo era instalarse en en lugar donde nadie se atrevía ni a pasar."Ni siquiera los rojos"-Pensó.Era solo la distracción, el hueso que debían morder los comunistas mientras los soldados tomaban el parlamento.Lo que no comprendía, era por que debía esta allí.Era el lugar más inaccesible de toda Ucrania, de eso no había dudas.Pero arriesgar la vida siendo una simple distracción...
Aún no entendía por que le habían elegido precisamente a él, un español que nada tenía que ofrecer.Quizá sería precisamente por eso, quizá fuese simple carne de cañón, condenado a muerte por una misión a la que no tenía muy claro si quería contribuir.

Estaba confuso, no paraba de dar vueltas nerviosamente al pasillo, ante la atenta mirada de varios de sus compañeros, así como la del malogrado rehén.Por megafonía el piloto anunció que quedaban diez minutos para el aterrizaje.Eso significaba que quedaban a penas doce horas para que la misión comenzase.Doce horas, demasiado para pensar en las mil formas que tenía de morir en aquella arriesgada misión, pero muy poco para dar marcha atrás.

La operación "Renacimiento Fascista" estaba a punto de comenzar.
Debía prepararse.

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